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Bolívar como héroe trágico - Aníbal Romero

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institucionalidad política. Las nuestras fueron “revoluciones terribles”, según el<br />

término empleado por Viso; en otras palabras —y a semejanza de las<br />

revoluciones francesa, rusa, china y cubana, estas tres últimas más cercanas a<br />

nuestros días— fueron revueltas exitosas de minorías mesiánicas, que<br />

reivindicaron para sí la “razón histórica” y arrastraron a su paso masas informes,<br />

que a su vez suplantaron una sujeción por otra. 143 En lugar de apropiarse de la<br />

tradición y enriquecerla, <strong>como</strong> en efecto hicieron los llamados “Padres<br />

Fundadores” de los Estados Unidos, nuestros próceres arrancaron de raíz la<br />

tradición en busca de anhelos imprecisos de reformas políticas, repudiando<br />

temerariamente el pasado y estableciendo una perdurable e irreductible<br />

incongruencia entre los ideales proclamados y las realidades de nuestra vida<br />

<strong>como</strong> pueblos, incongruencia que en no poca medida continúa definiendo<br />

nuestra existencia colectiva. Los norteamericanos recuperaron lo mejor del<br />

legado colonial y lo superaron; nosotros pretendimos destruir la herencia de tres<br />

siglos, liquidando el pasado español, y amanecimos luego de la independencia<br />

en patética orfandad.<br />

La nuestra, en síntesis, fue una independencia lograda por imposición, no<br />

por consenso, un cataclismo que produjo una fractura radical entre el pasado y<br />

el porvenir de la nación, origen a su vez de nuestro olvido de lo que nos ha<br />

precedido y de la pérdida de nuestro sentido de identidad. Es tan profundo ese<br />

rasgo de nuestra vida <strong>como</strong> pueblo, que, por ejemplo, este mismo año (2001) el<br />

Jefe del Estado venezolano ha anunciado que trasladará al Panteón Nacional<br />

los “restos” (simbólicos) del Cacique o líder indígena Guaicaipuro, quien<br />

combatió a los españoles en las primeras etapas de la conquista. Cabe<br />

preguntarse, ¿y por qué no llevar también a ese “templo de la nacionalidad” a<br />

uno de los primeros peninsulares que acá vinieron, a Diego de Losada —para<br />

citar alguno—, cuya sangre, lenguage y legado cultural en general son<br />

igualmente parte de nosotros? La respuesta es simple: la ruptura con aquellos a<br />

143 Véase, Viso, Las revoluciones terribles, pp. 17, 53, 58, 113, 134, 151, 174<br />

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