VE-16 SEPTIEMBRE 2015
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Aprendí a reconocerlas con ella. La voladora, la petisa, la<br />
pintona, la gorda. Se delineaban bien en la claridad. Mamá se pasaba<br />
horas mirando el techo. Creo que cuando estaba sola ellas bajaban<br />
hasta su mano.<br />
La casa ya no era la misma. El abuelo estaba cada vez más<br />
desprolijo y cocinaba a regañadientes. Papá no tenía tiempo de<br />
mirarnos las tareas, para mí, mejor. Ya no encontraba mis medias y<br />
andaba con los pantalones de mi hermano. Por suerte no llovía y<br />
podía ir a charlar con mamá a la tarde.<br />
Ella estaba fascinada con sus mariposas, algunas habían tenido<br />
crías, pequeños puntos de alas abiertas junto a sus madres. No quería<br />
que se fueran, me había encariñado con ellas casi como mamá.<br />
Jugábamos al veo-veo para reconocerlas. Me contó que la pintona se<br />
había escondido atrás de la lámpara y no quería salir. Las demás<br />
permanecían juntas, rozándose las alas en un vuelo silencioso.<br />
Mamá había aprendido su lenguaje, era un seseo muy dulce que<br />
me daba sueño.<br />
Cuando ya había comenzado la época de sequía vino el techista.<br />
Don Marcial comenzó cambiando las chapas del techo del comedor.<br />
Algunas aún servían, dijo a mi papá, que agradeció tener un gasto<br />
menos. Su dormitorio se nota que es el más antiguo de la casa,<br />
agregó. Tiene caña y un cielo raso de tela que ya no se usa, habrá que<br />
cambiarlo.<br />
El techo del cuarto de mamá quedó impecable. Unos paneles<br />
blancos lo hicieron más luminoso.<br />
Mamá ya no estaba para extrañar conmigo las mariposas.<br />
Gladys Alonso<br />
Chacras de Coria (Mendoza, Argentina)<br />
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