VE-16 SEPTIEMBRE 2015
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La estación<br />
La estación estaba llena de gente, sumida en un bullicio de idas y<br />
venidas. El calor sofocante me hacía sudar, así que busqué un banco a<br />
la sombra. Los altavoces no cesaban de anunciar las salidas y<br />
llegadas, con esa estridencia impertinente y abrupta que te<br />
interrumpe los pensamientos. Me senté frente al andén 23, sólo por<br />
pasar el rato. Llegó un autobús. Los pasajeros empezaron a bajar.<br />
Algunos saludaban, besaban o abrazaban a los que estaban<br />
esperándoles.<br />
Ella me llamó la atención enseguida, una chica muy delgada con<br />
el pelo corto y con mechas de colores, con unos pantalones a rayas<br />
muy anchos y una camiseta negra de tirantes pegada al cuerpo. Se<br />
dirigió al portaequipajes y sacó de él una mochila gigante, de las que<br />
se llevan cuando se va de acampada.<br />
Tenía la piel muy blanca y parecía extranjera. Se sentó en un<br />
banco próximo al mío y tras colocar el pesado fardo a su lado, lo abrió<br />
y sacó algo. Resultó ser un sobre arrugado y abierto, del que extrajo<br />
lo que supuse era una carta. Su mirada se iluminó mientras sus ojos<br />
ávidos seguían los renglones y las comisuras de sus labios se<br />
arquearon formando una media sonrisa. Cuando terminó de leer, la<br />
guardó en la mochila y cruzando las piernas consultó su reloj. A<br />
partir de ahí se dedicó, como yo, a observar el ir y venir de todo tipo<br />
de personas: estudiantes con sus carpetas, señores con maletín,<br />
mujeres con vestidos veraniegos y niños pequeños, jubilados que<br />
toman los urbanos para dar un paseo por la ciudad. Es curioso ver<br />
esta mezcolanza, éste ir y venir de vidas ajenas que sólo se cruzan sin<br />
tocarse.<br />
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