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hora de lectura

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Calificar <strong>de</strong> « singular» aquel feo trozo <strong>de</strong> terreno tiene difícil justificación,<br />

quizá; sin embargo, ésa es la palabra que la familia entera pensaba, aunque<br />

nunca —jamás <strong>de</strong> los jamases— la utilizó. Para Jamie y para mí misma, aunque<br />

tampoco la utilizamos, aquel lugar sin árboles ni flores era más que singular. Se<br />

hallaba al final <strong>de</strong> la magnífica rosaleda y era un trozo pelado, <strong>de</strong>primente,<br />

don<strong>de</strong> en invierno asomaba una tierra negra, casi como una ciénaga peligrosa,<br />

que en verano se cocía y se resquebrajaba formando grietas en las que los<br />

ver<strong>de</strong>s lagartos escupían fuego al pasar. En contraste con la rica exuberancia <strong>de</strong><br />

todo el asombroso jardín, era como un vislumbre <strong>de</strong> muerte en medio <strong>de</strong> la vida,<br />

un foco infectado que pedía a gritos que lo sanasen, no fuera a exten<strong>de</strong>rse. Pero<br />

jamás se extendió. Detrás empezaba el espeso bosque <strong>de</strong> abedules plateados, y,<br />

centelleando más allá, estaba el prado don<strong>de</strong> retozaban las ovejas.<br />

Los jardineros tenían una explicación simple para esta esterilidad: que iba a<br />

parar allí toda el agua <strong>de</strong>bido a la configuración <strong>de</strong> las la<strong>de</strong>ras inmediatas, con lo<br />

que no retenía nada que diese vida a su suelo. No sé. Era Jamie, Jamie, quien<br />

sentía su hechizo y lo frecuentaba, quien se pasaba <strong>hora</strong>s y <strong>hora</strong>s allí, aunque<br />

asustado, y por quien se puso finalmente el cartel <strong>de</strong> « prohibida la entrada»<br />

porque estimulaba su y a inquieta imaginación, no discretamente, sino <strong>de</strong> una<br />

forma <strong>de</strong>masiado oscura. Era Jamie quien enterraba ogros en él, lo oía rugir con<br />

voz terrosa, juraba que se estremecía su superficie mientras lo miraba, a veces,<br />

y lo alimentaba en secreto echándole pájaros o ratones o conejos que encontraba<br />

muertos en su vagabun<strong>de</strong>os. Y era Jamie quien, <strong>de</strong> manera asombrosa, expresó<br />

con palabras la impresión que este horrible lugar me produjo siempre, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el<br />

instante en que lo vi.<br />

—Es malo, señorita Gould —me dijo.<br />

—Pero Jamie, nada en la naturaleza es malo… en realidad; sólo distinto <strong>de</strong>l<br />

resto, a veces.<br />

—Entonces vacío, señorita Gould, si lo prefiere. No lo alimentan. Se está<br />

muriendo porque no recibe el alimento que necesita.<br />

Y al mirar su carita pálida, en la que brillaban unos ojos oscuros y<br />

asombrosos, mientras buscaba mentalmente algo a<strong>de</strong>cuado que <strong>de</strong>cirle, añadió<br />

con un énfasis y una convicción que me hicieron sentir frío súbitamente:<br />

—Señorita Gould —siempre <strong>de</strong>cía así mi nombre en todas sus frases—, tiene<br />

hambre, ¿no se da cuenta? Pero yo sé lo que le vendría bien.<br />

Sólo la convicción <strong>de</strong> un niño serio pudo hacer quizá que prestase oídos,<br />

siquiera un segundo, a tan extravagante i<strong>de</strong>a; sin embargo, a mí, que consi<strong>de</strong>ro<br />

importantes las cosas que cree un niño imaginativo, me llegó con el impacto<br />

inquietante y tremendo <strong>de</strong> una realidad. Jamie, a su manera exagerada, había<br />

captado la superficie <strong>de</strong> un hecho aterrador: un atisbo <strong>de</strong> verdad oscura, no<br />

<strong>de</strong>scubierta, se había insinuado en su tierna imaginación. No sé por qué había

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