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hora de lectura

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prejuicios. Sólo por propia protección, no quería establecer relaciones <strong>de</strong> ningún<br />

género con nadie, a menos que algún tipo <strong>de</strong> presentación allanase el camino.<br />

Pero era ridículo patinar juntos en la semioscuridad sin dirigirse la palabra, casi<br />

rozándose con el hombro necesariamente. Así que se quitó el gorro y le dirigió la<br />

palabra. Parece que Hibbert no es capaz <strong>de</strong> recordar qué dijo con exactitud, ni<br />

qué contestó la joven, salvo que le respondió, con acento inglés, algo sobre hacer<br />

figuras a media noche en la pista vacía. Era lógico y natural. La joven llevaba<br />

ropa gris, aunque no los guantes largos y jersey <strong>de</strong> costumbre; porque lo cierto<br />

era que llevaba las manos al <strong>de</strong>scubierto; y luego, cuando patinó con ella, le<br />

asombró comprobar lo secas y heladas que las tenía.<br />

Era un placer patinar con ella: flexible, segura y ligera, veloz como un<br />

hombre pero con la soltura <strong>de</strong> un niño, sinuosa y firme al mismo tiempo. Su<br />

flexibilidad tenía asombrado a Hibbert, y cuando le preguntó dón<strong>de</strong> había<br />

aprendido, murmuró —Hibbert notó su aliento en la oreja, y más tar<strong>de</strong> recordó<br />

que era singularmente frío— que no sabía <strong>de</strong>cir, y a que estaba acostumbrada al<br />

hielo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que tenía memoria.<br />

Pero no logró verle la cara. Una bufanda <strong>de</strong> piel blanca le ocultaba el cuello<br />

hasta las orejas, y llevaba el gorro encasquetado hasta los ojos. Sólo vio que era<br />

joven. Tampoco logró averiguar en qué hotel o chalet residía, ya que al<br />

preguntárselo señaló vagamente hacia arriba, hacia las la<strong>de</strong>ras. « Allá…» , dijo<br />

cogiéndose rápidamente <strong>de</strong> su mano otra vez. Hibbert no insistió; sin duda quería<br />

ocultar esta escapada. Y el contacto <strong>de</strong> su mano le emocionó más que nada <strong>de</strong><br />

cuanto podía recordar; incluso a través <strong>de</strong>l grueso guante que llevaba, sintió la<br />

suavidad <strong>de</strong> aquella mano fría y <strong>de</strong>licada.<br />

Las nubes se iban espesando sobre las montañas. Se hizo más oscuro.<br />

Hablaban muy poco, y no patinaban siempre juntos. Se separaban a menudo,<br />

<strong>de</strong>sviándose hacia los rincones cada uno por su lado, pero volvían a juntarse otra<br />

vez en el centro <strong>de</strong> la pista; y cuando ella se alejaba <strong>de</strong> este modo, a Hibbert le<br />

daba la impresión <strong>de</strong> que… sí, <strong>de</strong> que iba a per<strong>de</strong>rla. Sentía una extraña<br />

satisfacción, casi una fascinación, patinando a su lado. Era totalmente una<br />

aventura: ¡dos <strong>de</strong>sconocidos, en medio <strong>de</strong>l hielo y la nieve y la noche!<br />

Hacía rato y a que habían sonado las doce en el campanario <strong>de</strong> la iglesia<br />

cuando se separaron. Lo sugirió ella, y Hibbert se dirigió rápidamente al<br />

cobertizo con la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> buscarle asiento y ayudarla a quitarse los patines. Pero<br />

cuando se volvió… se había ido. Vio alejarse su esbelta figura por la nieve…<br />

Cruzó veloz, por última vez, la pista <strong>de</strong> patinaje, y buscó en vano la salida que por<br />

dos veces había utilizado ella <strong>de</strong> tan singular manera.<br />

« ¡Qué extraño! —pensó, mirando la alambrada—. ¡Sin duda la ha levantado<br />

y ha pasado por <strong>de</strong>bajo…!»<br />

Preguntándose cómo diablos lo habría conseguido, cómo diablos se había<br />

apo<strong>de</strong>rado <strong>de</strong> él para pensar tanto en ella, y quién diablos sería, subió la

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