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hora de lectura

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corroborado. Aquel individuo corpulento, <strong>de</strong> bigote hirsuto y hombros caídos, en<br />

camisa y pantalón, le había dado un último consejo, junto con el tocino, la harina,<br />

la leche con<strong>de</strong>nsada y el azúcar. Había repetido las palabras medio olvidadas <strong>de</strong><br />

Morton:<br />

—Yo que usted montaría la tienda en la orilla este —le había dicho al<br />

<strong>de</strong>spedirse.<br />

Se acordaba <strong>de</strong> Morton también, al parecer. « Un tipo bajo, moreno como un<br />

indio y que olía bastante a bosque. Viajaba con Jake, el mestizo.» Ése era<br />

Morton, evi<strong>de</strong>ntemente. « Por cierto, que no estuvo mucho tiempo» , añadió para<br />

sí, en tono pensativo.<br />

—Qué, ¿se dirige al lago Windy ? ¿O a Ten Mile Water, quizás? —le había<br />

preguntado antes a Hy <strong>de</strong>.<br />

—No, al lago Medicine.<br />

—¿De veras? —dijo el hombre, como si tuviese sus dudas por alguna razón<br />

oscura. Se tiró unos momentos <strong>de</strong> su bigote hirsuto—. ¿De veras? —repitió. Y, le<br />

siguieron corriente abajo, tras una pausa consi<strong>de</strong>rable, sus palabras finales: su<br />

consejo sobre la mejor orilla don<strong>de</strong> montar la tienda.<br />

Todo esto le vino al pensamiento a<strong>hora</strong> a Hy<strong>de</strong>, con cierto <strong>de</strong>sencanto y<br />

fastidio, porque cuando dos hombres con experiencia coincidían, no <strong>de</strong>bía<br />

tomarse a la ligera su opinión. Le habría gustado preguntar al almacenero más<br />

<strong>de</strong>talles. Miró en torno suyo, meditó, dudó. Des<strong>de</strong> luego, su lugar i<strong>de</strong>al para<br />

acampar estaba en la orilla prohibida. Se preguntó cuál sería la pega.<br />

Pero se estaba y endo la luz; <strong>de</strong>bía optar rápidamente por una u otra cosa.<br />

Tras echar una mirada a los bultos sin <strong>de</strong>shacer, y a la tienda y a medio<br />

levantada, tomó una <strong>de</strong>cisión, murmurando una frase que enviaba a Morton y al<br />

dueño <strong>de</strong>l almacén a lugares menos placenteros. «Alguna razón tendrán —gruñó<br />

para sí—; los individuos <strong>de</strong> esa clase saben lo que se dicen. Creo que será mejor<br />

que me vay a al otro lado…, por esta noche al menos.»<br />

Miró hacia la otra parte <strong>de</strong>l lago antes <strong>de</strong> reembarcar sus cosas. No salía<br />

humo <strong>de</strong> la cabaña <strong>de</strong>l indio. No había visto tampoco ningún rastro <strong>de</strong> canoa. El<br />

hombre, concluyó, estaba ausente. Así que, <strong>de</strong> mala gana, abandonó el terreno<br />

bueno para acampar, cruzó el lago, y media <strong>hora</strong> <strong>de</strong>spués había plantado la<br />

tienda, recogido leña y pescado dos pequeñas truchas para cenar. Pero sabía que<br />

los peces más gran<strong>de</strong>s le esperaban al otro lado, junto a la <strong>de</strong>sembocadura <strong>de</strong>l<br />

arroyo; y por último se durmió en su lecho <strong>de</strong> ramas <strong>de</strong> abeto balsámico,<br />

molesto y <strong>de</strong>cepcionado, aunque preguntándose cómo una mera frase había<br />

podido convencerle tan fácilmente en contra <strong>de</strong> lo que él pensaba que era mejor.<br />

Durmió como un tronco; el sol estaba y a bastante alto cuando se levantó.<br />

Pero por la mañana su humor fue muy distinto. La luz espléndida, la paz, el<br />

aire embriagador, todo era <strong>de</strong>masiado tonificante para que su cerebro abrigara<br />

i<strong>de</strong>as ridículas; y le asombraba haber podido ser tan débil la noche anterior.

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