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—¡A<strong>hora</strong> mismo voy a averiguar qué <strong>de</strong>monios es! —exclamó, y cogiendo<br />
<strong>de</strong>l fuego un tizón encendido, lo arrojó certero a los ojos <strong>de</strong> la bestia que tenía<br />
ante sí.<br />
La tea cay ó con una lluvia <strong>de</strong> chispas que iluminaron la y erba seca <strong>de</strong>lante<br />
<strong>de</strong>l animal, produjo una llamarada y volvió a apagarse en seguida. Pero Hy<strong>de</strong>,<br />
en ese instante <strong>de</strong> luz, distinguió claramente quién era su incómodo visitante.<br />
Fuera <strong>de</strong>l resplandor, justo enfrente <strong>de</strong> él, había un gran lobo gris sentado sobre<br />
sus cuartos traseros que le miraba fijamente. Vio sus patas <strong>de</strong>lanteras y sus<br />
hombros, vio su pelo, vio también iluminados los gruesos troncos <strong>de</strong> abeto <strong>de</strong>trás,<br />
y los grupos <strong>de</strong> sauces a cada lado. Fue un cuadro vivido, con <strong>de</strong>talles<br />
nítidamente recortados por la fugaz llamarada. Para su asombro, sin embargo, el<br />
lobo no dio media vuelta y huy ó <strong>de</strong>l tizón encendido, sino que se retiró sólo unas<br />
yardas, y volvió a sentarse en cuclillas, mirando, mirando como antes. ¡Dios<br />
mío, cómo miraba! Trató <strong>de</strong> ahuy entarlo, aunque sin resultado; no se movió.<br />
Hy<strong>de</strong> no quiso malgastar otro tronco encendido, a<strong>hora</strong> que le había <strong>de</strong>saparecido<br />
el miedo: un lobo gris era un lobo gris; que estuviese allí el tiempo que quisiese,<br />
con tal que no intentara quitarle la pesca. Ya no estaba alarmado. Sabía que los<br />
lobos eran inofensivos en verano y otoño; incluso en invierno, cuando iban « en<br />
manada» , atacaban al hombre sólo cuando tenían un hambre <strong>de</strong>sesperada. Así<br />
que observó al animal, le arrojó trozos <strong>de</strong> palo, le habló incluso, asombrado <strong>de</strong><br />
que no se moviese. « Quédate ahí el tiempo que quieras —le dijo, alzando la voz<br />
—; pero no podrás alcanzar la pesca; ¡en cuanto al resto <strong>de</strong> la comida, la voy a<br />
entrar en la tienda!»<br />
El animal cerró sus ojos ver<strong>de</strong>s un momento, pero no se movió. ¿Por qué, si<br />
se le había ido el miedo, no paraba Hy <strong>de</strong> <strong>de</strong> pensar cosas mientras daba vueltas<br />
en las gruesas mantas antes <strong>de</strong> dormirse? Era extraña la impasibilidad <strong>de</strong>l animal;<br />
y más extraña aún su negativa a dar media vuelta y largarse. Jamás había visto<br />
un animal salvaje al que no le asustara el fuego. ¿Por qué seguía allí, y le miraba<br />
como con un propósito en sus ojos relucientes? ¿Cómo había notado él su<br />
presencia antes, <strong>de</strong> manera instantánea? Un lobo gris, sobre todo estando solo, era<br />
un ser tímido; aunque éste no temía al hombre ni al fuego. A<strong>hora</strong>, mientras él<br />
yacía envuelto en sus mantas <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> su tienda confortable, estaría sentado<br />
fuera, bajo las estrellas, junto a las ascuas medio apagadas, con el aire frío entre<br />
su pelo, y el suelo cada vez más frío bajo sus pezuñas, vigilándole, quizá hasta<br />
que amaneciese.<br />
Era extraño; era insólito. Dado que carecía <strong>de</strong> imaginación y <strong>de</strong> tradición, no<br />
recurrió a ningún acervo <strong>de</strong> visiones raciales. Como hombre práctico, y conserje<br />
<strong>de</strong> hotel en vacaciones, se limitaba a estar allí, bajo las mantas, intrigado y<br />
perplejo. Un lobo gris era un lobo gris, nada más. Sin embargo, este lobo gris —la<br />
i<strong>de</strong>a no se le iba <strong>de</strong> la cabeza— era diferente. En una palabra, la parte más<br />
profunda <strong>de</strong> su inquietud original seguía allí. Daba vueltas, se estremecía a veces