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hora de lectura

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empinada cuesta hasta la oficina <strong>de</strong> correos, y se acostó, con la promesa <strong>de</strong> ella<br />

<strong>de</strong> volver otra noche sonándole aún en el oído. Y fueron curiosos los<br />

pensamientos e impresiones que le acompañaron. Sobre todo, quizá, el atisbo<br />

como <strong>de</strong> un brumoso recuerdo <strong>de</strong> que había conocido a esta joven en algún<br />

lugar; más aún: <strong>de</strong> que ella le conocía. Porque su voz —una vocecita tenue y<br />

suave, tierna y dulce pese a su total frialdad— contenía un vestigio débil <strong>de</strong> otras<br />

dos que había conocido hacía mucho tiempo: la <strong>de</strong> la mujer que había amado,<br />

y … la <strong>de</strong> su madre.<br />

Pero esta vez no oyó en sueños ningún fragor <strong>de</strong> batalla. Tuvo conciencia,<br />

más bien, <strong>de</strong> algo frío y pegajoso que le hizo pensar en los copos <strong>de</strong> nieve<br />

formando lentamente, con enmarañado tacto, una capa cada vez más alta<br />

alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> sus pies. La nieve, cay endo sin ruido —cada copo tan leve y<br />

minúsculo que era imposible <strong>de</strong>terminar el sitio don<strong>de</strong> se posaba, aunque todos<br />

juntos eran capaces <strong>de</strong> sepultar pueblos enteros—, se abría paso a través <strong>de</strong>l<br />

tejido mismo <strong>de</strong> su mente: con el <strong>de</strong>sconcertante, amortiguado y frío esfuerzo <strong>de</strong><br />

su red pegajosa <strong>de</strong> diez millones <strong>de</strong> toques algodonosos.<br />

Por la mañana, Hibbert comprendió que quizá había cometido una torpeza. El<br />

sol radiante que inundaba el valle le hizo ver claro; y la visión <strong>de</strong> su mesa <strong>de</strong><br />

trabajo con la máquina <strong>de</strong> escribir, los libros, los papeles y <strong>de</strong>más, le proporcionó<br />

la prueba adicional. Haber patinado con una joven a solas a medianoche, por<br />

muy inocente que fuese, había sido una temeridad… una impru<strong>de</strong>ncia; sobre<br />

todo para ella. El chismorreo en estas pequeñas estaciones <strong>de</strong> invierno era peor<br />

que en una ciudad <strong>de</strong> provincia. Esperaba que no les hubiese visto nadie. Por<br />

suerte, la noche había sido oscura. Lo más probable es que nadie hubiera oído el<br />

ruido <strong>de</strong> patines.<br />

Tras <strong>de</strong>cidir ser más precavido en a<strong>de</strong>lante, se sumergió en el trabajo, y<br />

procuró apartar el asunto <strong>de</strong> su mente.<br />

Pero en sus ratos <strong>de</strong> ocio le volvía el recuerdo con insistencia. Cuando<br />

esquiaba, montaba en trineo o bailaba por las noches, y sobre todo cuando<br />

patinaba en la pequeña pista, se daba cuenta <strong>de</strong> que los ojos <strong>de</strong> su mente<br />

buscaban sin cesar a la <strong>de</strong>sconocida compañera <strong>de</strong> esa noche. Cien veces le<br />

pareció verla; pero siempre le engañaba la vista. No conocía su rostro, pero no<br />

podría <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> reconocer su figura. Pero en ninguna parte veía el menor rastro<br />

<strong>de</strong> la joven criatura con la que había patinado a solas bajo las nubladas estrellas.<br />

Buscó en vano. Tampoco dieron resultado sus indagaciones sobre los ocupantes<br />

<strong>de</strong> los chalets particulares. La había perdido. Pero lo extraño era que tenía la<br />

impresión <strong>de</strong> que estaba cerca; sabía que no se había ido. Aunque llegaba y se<br />

iba gente a diario, no se le ocurrió pensar ni una sola vez que ella se hubiese ido.<br />

Al contrario, estaba convencido <strong>de</strong> que la volvería a ver.<br />

Pero no aceptaba <strong>de</strong>l todo esta i<strong>de</strong>a. Quizá era sólo fruto <strong>de</strong> su <strong>de</strong>seo. Y

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