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calle, rugiendo, a la temible « sinagoga» ; y a<strong>hora</strong>, como entonces, se tapó los<br />
ojos. « Le han llamado Ellos… y tiene que ir» , murmuró, santiguándose.<br />
Pero nadie intentó <strong>de</strong>tenerle. Hibbert recuerda sólo un único <strong>de</strong>talle hasta el<br />
momento en que volvió en sí, cuando estaba más allá <strong>de</strong> las casas, y la buscaba<br />
por la lin<strong>de</strong> <strong>de</strong>l bosque, don<strong>de</strong> la luna formaba con la nieve un friso <strong>de</strong> sombras<br />
fantásticas. Este <strong>de</strong>talle consistía simplemente en que recordaba haber pasado<br />
por <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> la iglesia. Al ver la silueta <strong>de</strong> su campanario recortada sobre las<br />
estrellas, recuerda que le asaltó una vaga sensación <strong>de</strong> duda. Le invadió una<br />
fugaz inquietud: se agitó <strong>de</strong>sagradablemente el flujo <strong>de</strong> sus sentimientos<br />
excitados, enfriándose su alegría. Percibió la momentánea disonancia, la<br />
<strong>de</strong>sechó, y … siguió andando. La seducción <strong>de</strong> la nieve había sofocado esta señal<br />
antes <strong>de</strong> que él se diese cuenta <strong>de</strong> que le había rozado la advertencia.<br />
Y entonces la vio. Esperaba allí, en un pequeño claro <strong>de</strong> nieve brillante,<br />
vestida toda <strong>de</strong> blanco, como formando parte <strong>de</strong> la luz lunar y el fondo<br />
reluciente; su figura era apenas discernible.<br />
—Le esperaba; sabía que vendría —le llegó la vocecita argentina <strong>de</strong> ventosa<br />
belleza—: tenía que venir.<br />
—Estoy dispuesto —contestó él—. Yo lo sabía también.<br />
El mundo <strong>de</strong> la Naturaleza —el prodigio y esplendor <strong>de</strong> la noche y la nieve—<br />
le llegó al corazón con estas escasas palabras. La vida palpitaba con violencia en<br />
su interior. Creció exultante, gozosa, la pasión <strong>de</strong> su alma pagana; fluy ó como un<br />
torrente hacia ella. Ni reflexionó ni se <strong>de</strong>tuvo a pensar, sino que se <strong>de</strong>jó llevar<br />
como un colegial por el frenesí <strong>de</strong>l primer amor.<br />
—Déme la mano —exclamó Hibbert—. ¡Aquí estoy …!<br />
—Después; más arriba —fue la <strong>de</strong>liciosa respuesta <strong>de</strong> ella—. Aquí estamos<br />
<strong>de</strong>masiado cerca <strong>de</strong>l pueblo… y <strong>de</strong> la iglesia.<br />
Estas palabras sonaron totalmente lógicas y naturales; ni se le ocurrió<br />
replicar; comprendía que, con este pequeño vestigio <strong>de</strong> civilización a la vista, era<br />
imposible la familiaridad que él solicitaba. Una vez en plena montaña, en medio<br />
<strong>de</strong> las enormes la<strong>de</strong>ras y los picos inmensos, con la luna y las estrellas como<br />
testigos, y la presencia <strong>de</strong> las nevadas soleda<strong>de</strong>s, podrían abandonarse a un<br />
contacto dichoso e inocente, libre <strong>de</strong> los secos convencionalismos que aprisionan<br />
a los espíritus prosaicos.<br />
Apretó el paso. Pero no conseguía darle alcance: la joven iba siempre un<br />
poco <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> él, por mucho que se esforzara… Y no tardaron en <strong>de</strong>jar atrás<br />
los árboles, a<strong>de</strong>ntrándose en las inmensas la<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>l mar <strong>de</strong> nieve que se<br />
elevaba con montañoso terror y belleza hasta las estrellas. Le embargó el<br />
prodigio <strong>de</strong> este mundo <strong>de</strong> blancura. Bajo la luz serena <strong>de</strong> la luna, era más que<br />
fascinante. Era una fuerza viva, blanca, <strong>de</strong>sconcertante, que confundía<br />
<strong>de</strong>liciosamente los sentidos y transmitía un hechizo <strong>de</strong> enajenada perplejidad al<br />
corazón. Era una personalidad que se embozaba, y se revelaba, con esta blanca