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EL CUENTO DE FANTASMAS DE LA MUJER [14]<br />
—SÍ —dijo la mujer <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su butaca, situada en el rincón oscuro—, les<br />
contaré una experiencia, si quieren aten<strong>de</strong>r. Y lo que es más, lo haré<br />
escuetamente; o sea sin adornos, sin <strong>de</strong>talles superfluos: algo que no hacen los<br />
que se <strong>de</strong>dican a contar historias —se echó a reír—: se pier<strong>de</strong>n en toda clase <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>talles innecesarios, y <strong>de</strong>jan que sus oy entes se encarguen <strong>de</strong> eliminarlos; en<br />
cambio y o iré al grano, y uste<strong>de</strong>s podrán pensar lo que les parezca. Pero con una<br />
condición: que no me hagan preguntas al terminar, porque ni puedo ni quiero dar<br />
explicaciones.<br />
Todos nos mostramos <strong>de</strong> acuerdo. Estábamos serios. Después <strong>de</strong> oír una<br />
docena <strong>de</strong> historias farragosas, contadas por personas que no querían más que<br />
« hablar» , pero que no tenían nada que <strong>de</strong>cir, queríamos algo « escueto» .<br />
—En aquel entonces —empezó, comprendiendo por la calidad <strong>de</strong> nuestro<br />
silencio que estábamos conformes—, en aquel entonces andaba yo interesada en<br />
la parapsicología, y había <strong>de</strong>cidido pasar una noche en vela, sola, en una casa<br />
encantada <strong>de</strong>l centro <strong>de</strong> Londres. Era una pensión sórdida, barata y<br />
<strong>de</strong>samueblada <strong>de</strong> una calle miserable. Ya había ido a hacerle una inspección<br />
preliminar esa tar<strong>de</strong>, a la luz <strong>de</strong>l día, y tenía en mi bolsillo las llaves <strong>de</strong>l portero,<br />
que vivía en el portal vecino. La historia era buena…, al menos yo estaba<br />
convencida <strong>de</strong> que valía la pena investigarla; pero no quiero cansarles con las<br />
circunstancias <strong>de</strong>l asesinato <strong>de</strong> la mujer, y todas las aburridas explicaciones<br />
sobre por qué dicho lugar estaba vivo. Baste <strong>de</strong>cir que lo estaba.<br />
» El caso es que cuando llegué, a las once <strong>de</strong> la noche, me sentí muy<br />
contrariada al ver a un hombre, al que tomé por el portero, un viejo charlatán,<br />
esperándome en la escalera <strong>de</strong> la calle; porque y a le había explicado<br />
sobradamente que quería pasar la noche sola.<br />
» —Quería enseñarle la habitación —murmuró él entre dientes; y como es<br />
natural, no pu<strong>de</strong> negarme, puesto que le había dado una propina por prestarme<br />
una mesa y un sillón.<br />
» —Entremos, pues, y veámosla rápidamente —dije.<br />
» Entramos; cruzamos el recibimiento a oscuras, él <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> mí arrastrando<br />
los pies; subimos al primer piso, don<strong>de</strong> había tenido lugar el crimen, y me dispuse<br />
a oír su inevitable relación antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedirle con la media corona que su