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hora de lectura

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extrañas, y le sugerían algo soñado, olvidado, perdido al parecer; no se fijó <strong>de</strong><br />

manera especial en ellas. Sólo le extrañó que no abriera en seguida para que él<br />

pudiese verla. Ya hablarían <strong>de</strong>spués; ¡lo primero era verse! El pensamiento le<br />

vino como un relámpago <strong>de</strong> <strong>de</strong>sencanto. ¡Ah, estaba prolongando el instante<br />

maravilloso, igual que había hecho montones y montones <strong>de</strong> veces! Le hacía<br />

esperar para impacientarle. Volvió a llamar; hizo fuerza contra la inconmovible<br />

superficie. Porque había notado que era inconmovible. Y había una gravedad en<br />

su tierna voz que no alcanzaba a compren<strong>de</strong>r.<br />

—¡Abre! —repitió, pero más alto que antes—. ¡He vuelto! —y al <strong>de</strong>cirlo,<br />

sintió la niebla fría contra su rostro.<br />

Pero la respuesta le heló la sangre.<br />

—No puedo abrir.<br />

Le invadió una súbita angustia <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación; su voz sonaba extraña,<br />

lejana a la vez que profunda. Como dotada <strong>de</strong> resonancia. Le dominó una<br />

especie <strong>de</strong> frenesí… una sensación <strong>de</strong> pánico.<br />

—¡Abre, abre! ¡Sal! —intentó gritarle. Pero, extrañamente, le falló la voz: no<br />

tenía fuerzas. Algo espantoso le golpeó entre las cejas—. ¡Por el amor <strong>de</strong> Dios,<br />

abre! ¡Estoy aquí, esperando! ¡Abre, y sal a recibirme!<br />

La respuesta llegó amortiguada por una distancia que parecía aumentar; notó<br />

un frío glacial en torno suy o, en el corazón.<br />

—No puedo. Debes venir tú a mí.<br />

No supo entonces qué sucedió exactamente; porque el frío se volvió<br />

espantoso, y la niebla helada se le agolpó en la garganta. No le salían las<br />

palabras. Se incorporó <strong>de</strong> rodillas, y a continuación se puso <strong>de</strong> pie. Se inclinó.<br />

Volvió a llamar con todas sus fuerzas; ciego <strong>de</strong> <strong>de</strong>sesperación, sacudió y golpeó<br />

la sólida barrera <strong>de</strong> la pequeña puerta blanca <strong>de</strong>l jardín. Siguió aporreándola<br />

hasta que se le <strong>de</strong>spellejaron los nudillos… <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos índice y el anular <strong>de</strong> su<br />

mano mutilada. Recuerda que se le <strong>de</strong>spellejaron porque, aunque estaba oscuro,<br />

notó las manchas <strong>de</strong> sangre sobre la puerta que atestiguaban su violencia —sólo<br />

más tar<strong>de</strong> recordó otro <strong>de</strong>talle: que la mano había perdido esos <strong>de</strong>dos hacía<br />

muchos, muchos años—. Se había quedado sin fuerza en la voz. Llamó: no obtuvo<br />

respuesta. Trató <strong>de</strong> gritar, pero se le ahogó el grito en la garganta antes <strong>de</strong> salir;<br />

fue un grito <strong>de</strong> pesadilla. Como último recurso, se arrojó sobre la puerta<br />

insensible; con tal violencia, por cierto, que dio con la cara contra su superficie.<br />

Al chocar en ella, entonces, con la mejilla, notó que su superficie no era lisa.<br />

Era una superficie fría y áspera… y no era <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra. A<strong>de</strong>más, tenía algo<br />

escrito que no había visto antes. No sabe cómo pudo leer aquel texto en la<br />

oscuridad. Sus letras estaban profundamente talladas; quizá lo hizo palpando con<br />

los <strong>de</strong>dos; <strong>de</strong>s<strong>de</strong> luego, había puesto su mano <strong>de</strong>recha sobre ellas. Descifró un<br />

nombre, una fecha, un trozo <strong>de</strong> versículo <strong>de</strong> la Biblia, y unas palabras extrañas:<br />

«Je suis la première au ren<strong>de</strong>z-vous. Je vous attends». Las letras estaban talladas

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