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la pequeña puerta blanca don<strong>de</strong> le esperaba en este instante. Su dulce fuerza le<br />
apremiaba; y esa fuerza irresistible era lo nuevo en el viejo recorrido familiar,<br />
cuando en otro tiempo había sido sólo <strong>de</strong>liciosa aquiescencia, tímida, vacilante<br />
aceptación.<br />
Sus pasos eran más precipitados cada vez; tan intensa era la atracción que<br />
sentía en su sangre que casi trotaba. Al llegar al camino estrecho, sinuoso, echó a<br />
correr. Conocía cada curva, cada esquina <strong>de</strong>l seto <strong>de</strong> acebo, cada <strong>de</strong>talle <strong>de</strong> sus<br />
bor<strong>de</strong>s, cada piedra. Podía haber corrido a ciegas con todas sus fuerzas. De<br />
golpe, le llegaron los perfumes familiares: las hojas caídas y la tierra musgosa y<br />
los helechos <strong>de</strong>jaron fluir hacia él las turbadoras corrientes <strong>de</strong> intensa emoción y<br />
le penetraron como una oleada. Y entonces vio la tapia ruinosa, los cedros que<br />
asomaban por <strong>de</strong>trás con sus ramas extendidas, las chimeneas <strong>de</strong> la rectoría. A su<br />
<strong>de</strong>recha se recortó la silueta <strong>de</strong> la iglesia vieja y gris; los tejos retorcidos y<br />
añosos, el conjunto <strong>de</strong> las lápidas que, verticales o torcidas, salpicaban el terreno<br />
como figuras escuchando. Pero no miró nada <strong>de</strong> esto. Porque, a poca distancia,<br />
vio ya los cinco peldaños <strong>de</strong> tosca piedra que subían <strong>de</strong>l camino a la pequeña<br />
puerta blanca <strong>de</strong>l jardín. Al fin <strong>de</strong>stacaba la puerta ante él, erguida en el aire<br />
brumoso. Llegó frente a ella.<br />
Se quedó en suspenso un momento. Su corazón, al parecer, se había <strong>de</strong>tenido<br />
también; luego el pulso empezó a martillearle el cerebro con violencia. Un rugido<br />
atronaba su mente, aunque había un silencio prodigioso… justo <strong>de</strong>trás. Luego se<br />
<strong>de</strong>svaneció el rugido <strong>de</strong> la emoción. Se produjo una absoluta quietud. Y esta<br />
quietud, este silencio, se extendieron por todo su ser. El mundo pareció entonces<br />
preternaturalmente callado.<br />
Pero fue una pausa <strong>de</strong>masiado breve para medirla. Porque la oleada<br />
emocional había cedido sólo para volver con fuerza redoblada. Se volvió, subió<br />
impetuoso la escalinata <strong>de</strong> piedra, y se lanzó, sin aliento y sin fuerzas, hacia la<br />
insignificante barrera que se alzaba entre sus ojos y … los <strong>de</strong> ella. A causa <strong>de</strong> su<br />
impulsiva, casi violenta impaciencia, sin embargo, tropezó. A<strong>de</strong>más, el rugido le<br />
confundía. Cay ó <strong>de</strong> bruces, al parecer, porque el crepúsculo se había convertido<br />
en oscuridad, impidiéndole calcular bien los peldaños pese a conocer <strong>de</strong> sobra sus<br />
dimensiones. Durante unos momentos, se quedó tendido en el suelo irregular, al<br />
pie <strong>de</strong> la tapia: la escalinata le había puesto la zancadilla. Luego se levantó y<br />
llamó. Llamó con su mano <strong>de</strong>recha a la pequeña puerta blanca <strong>de</strong>l jardín. Sintió<br />
el impacto en los dos <strong>de</strong>dos perdidos.<br />
—Estoy aquí —exclamó, con una voz profunda que le salió <strong>de</strong> la garganta<br />
como si se ahogase al articular las palabras—. He regresado.<br />
Esperó una fracción <strong>de</strong> segundo, mientras el mundo permanecía inmóvil y<br />
esperaba con él. Pero no hubo dilación. La respuesta le llegó inmediatamente:<br />
—Estoy bien… Soy feliz… Espero.<br />
Y la voz sonó entrañable y dulce como antes. Aunque las palabras eran