Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
arriba, los gran<strong>de</strong>s nubarrones <strong>de</strong> verano. El bochorno era opresivo en el silencio<br />
<strong>de</strong>l jardín. Nunca había visto un día tan sofocante, tan quieto. Parecía expectante.<br />
La familia estaba expectante también: esperaba la llegada <strong>de</strong>l señor Frene <strong>de</strong><br />
Londres en su gran automóvil.<br />
Y nunca olvidaré la angustia y sobrecogimiento con que oí las ruedas <strong>de</strong>l<br />
automóvil. Había llegado. El té estaba y a dispuesto en el césped, bajo los tilos, y<br />
la señora Frene y Glady s, que habían vuelto <strong>de</strong> su paseo, estaban sentadas en<br />
sillones <strong>de</strong> mimbre. El señor Frene joven se hallaba en el vestíbulo para recibir a<br />
su hermano; pero Jamie, según me enteré <strong>de</strong>spués, se había mostrado tan<br />
histérico, y había ofrecido tan tenaz resistencia, que se juzgó más pru<strong>de</strong>nte<br />
encerrarle en su habitación. Quizá, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> todo, no fuera necesaria su<br />
presencia. La visita tenía que ver en realidad con la parte más prosaica <strong>de</strong> la<br />
vida: el dinero, las asignaciones o lo que fuera; no llegué a saberlo exactamente;<br />
sólo sé que sus padres estaban preocupados, y que había que ganarse a tío Frank.<br />
Lo mismo da. Esto no hace al caso. Lo que sí hace al caso —<strong>de</strong> lo contrario no<br />
estaría y o contando esta historia—, es que la señora Frene envió recado <strong>de</strong> que<br />
bajase « con mi precioso vestido blanco, si no me importaba» , y me sentí<br />
aterrada, aunque también halagada, porque eso quería <strong>de</strong>cir que una cara bonita<br />
se consi<strong>de</strong>raba un grato complemento en el entorno <strong>de</strong>l visitante. Y lo más<br />
extraordinario <strong>de</strong> todo, noté que mi asistencia era indispensable; que, <strong>de</strong> alguna<br />
manera, querían que presenciase lo que tuviese que presenciar. Y cuando llegué<br />
al césped —vacilo en ponerlo: suena ridículo, extravagante—, habría podido<br />
jurar que, al mirarle a los ojos, vi asomar una súbita negrura que arrebataba el<br />
esplendor estival a cuanto le ro<strong>de</strong>aba, y que lo hacía mediante tropeles <strong>de</strong><br />
pequeños caballos negros que surgían <strong>de</strong> su persona y corrían a nuestro<br />
alre<strong>de</strong>dor… dispuestos a atacar.<br />
Tras una primera mirada <strong>de</strong> aprobación, no volvió a fijarse en mí. El té y la<br />
conversación discurrieron agradablemente; y o ay udé a pasar los platos y las<br />
tazas, llenando las pausas con breves comentarios en voz baja con Glady s. No se<br />
nombró a Jamie ni una sola vez. En apariencia todo iba bien, pero por <strong>de</strong>ntro era<br />
horrible, bor<strong>de</strong>ando cosas que no se podían <strong>de</strong>cir, y tan cargadas <strong>de</strong> peligro que<br />
no podía evitar que me temblase la voz al hablar.<br />
Yo no cesaba <strong>de</strong> mirar su rostro duro y frío, <strong>de</strong> observar su <strong>de</strong>lga<strong>de</strong>z, y el<br />
brillo aceitoso y singular <strong>de</strong> sus ojos fijos. No centelleaban, sino que te atraían<br />
con una especie <strong>de</strong> lustre cremoso, apagado, como <strong>de</strong> ojos orientales. Y todo lo<br />
que <strong>de</strong>cía o hacía <strong>de</strong>notaba lo que yo llamaría la succión <strong>de</strong> su presencia. Su<br />
naturaleza realizaba esa actividad automáticamente. Nos dominaba a todos;<br />
aunque <strong>de</strong> manera tan suave que una no se daba cuenta hasta que había<br />
terminado.<br />
Antes <strong>de</strong> que hubiesen transcurrido cinco minutos, sin embargo, me di cuenta<br />
<strong>de</strong> una cosa tan sólo. Mi mente se concentró en ello con tal intensidad que me