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<strong>de</strong>l amanecer añadía pali<strong>de</strong>z al lugar que iba a ser escenario <strong>de</strong> su muerte en el<br />
Valle <strong>de</strong> las Bestias.<br />
Encima <strong>de</strong> él se hallaba el lince agazapado, dispuesto a saltar en el instante en<br />
que intentara ponerse a salvo en el árbol. Sobre él, a<strong>de</strong>más, sabía que había un<br />
millar <strong>de</strong> garras afiladas, <strong>de</strong> feroces picos ganchudos, y una irritada agitación <strong>de</strong><br />
alas prodigiosas.<br />
Se tambaleó al tocarle el oso gris con su zarpa extendida; el lobo se había<br />
encogido, dispuesto a dar su salto mortal; estaban a punto <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedazarle, <strong>de</strong><br />
<strong>de</strong>vorarle, cuando el terror, operando como siempre <strong>de</strong> manera natural, le aflojó<br />
los músculos <strong>de</strong> la garganta y la lengua. Gritó con lo que creía que iba a ser su<br />
último aliento en el mundo. Profirió una llamada frenética; una plegaria a los<br />
dioses que fueran, un alarido angustioso, pidiendo auxilio al cielo.<br />
—¡Ishtot! ¡Gran Ishtot, ay údame! —clamó su voz, mientras su mano<br />
apretaba aún el palo totémico.<br />
Y el Cielo <strong>de</strong> los Pieles Rojas le oy ó.<br />
En ese mismo instante, Grimwood tuvo conciencia <strong>de</strong> un ser que, <strong>de</strong> no haber<br />
sido por su terror a las bestias, le habría provocado un susto <strong>de</strong> muerte. Ante sí<br />
tenía a un piel roja gigantesco. Sin embargo, aunque estaba muy cerca, haciendo<br />
con su presencia que se calmaran las aves y se aquietaran las fieras, se erguía<br />
también a gran distancia, y parecía inundar el valle entero con su influjo, su<br />
po<strong>de</strong>r, su pavorosa majestad. Y <strong>de</strong> una manera que él no lograba compren<strong>de</strong>r, su<br />
inmensa figura incluía el valle entero, con sus árboles, sus riachuelos, sus claros y<br />
sus fallas rocosas. Todos estos elementos componían su silueta, por así <strong>de</strong>cir: la<br />
silueta <strong>de</strong> una figura sobrehumana. Podía distinguir un arco tremendo, una aljaba<br />
provista <strong>de</strong> flechas enormes; y la figura <strong>de</strong> Piel Roja a la que pertenecían.<br />
Sin embargo, su aspecto, su contorno, su rostro y su figura… eran el valle; y<br />
cuando hizo sonar su voz, fue el valle mismo el que profirió las tremendas<br />
palabras. Fue la voz <strong>de</strong> los árboles y el viento, y <strong>de</strong>l agua que corría o caía, que<br />
<strong>de</strong>spertaba ecos en el Valle <strong>de</strong> las Bestias mientras, al mismo tiempo, el sol<br />
coronaba la cumbre y bañaba el paisaje, el contorno <strong>de</strong> la figura majestuosa,<br />
con un torrente <strong>de</strong> luz cegadora.<br />
—Has <strong>de</strong>rramado sangre en éste mi valle… ¡No te salvaré…!<br />
La figura se disolvió en la selva iluminada por el sol, fundiéndose con el día<br />
recién nacido. Pero Grimwood vio junto a su cara los dientes brillantes, y notó en<br />
sus mejillas el aliento fétido y caliente; una fuerza le ro<strong>de</strong>ó el cuerpo como si le<br />
aplastase una montaña. Cerró los ojos. Se <strong>de</strong>splomó. Un crujido penetrante le<br />
traspasó el cerebro; pero, inconsciente y a, no lo oy ó.<br />
Sus ojos volvieron a abrirse, y lo primero que vieron fue… fuego. Retrocedió<br />
instintivamente.<br />
—Tranquilízate, muchacho. Nosotros te llevaremos —vio el rostro <strong>de</strong> Iredale<br />
que le miraba <strong>de</strong> cerca. Detrás <strong>de</strong> Iredale, <strong>de</strong> pie, estaba Tooshalli. Tenía la cara