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LA CITA [6]<br />

AL bajar <strong>de</strong>l tren en la pequeña estación recordó la conversación como si<br />

hubiese sido ay er en vez <strong>de</strong> hacía quince años; y el corazón comenzó a golpearle<br />

contra las costillas con tal fuerza que casi lo oía. Nuevamente le invadió la<br />

antigua emoción con todo su infinito anhelo. Le llegó como le había llegado<br />

entonces: no con ese trágico <strong>de</strong>bilitamiento que el tiempo transcurrido inflige a<br />

cada repetición <strong>de</strong> su recuerdo Aquí, en el escenario familiar <strong>de</strong> su nacimiento,<br />

comprobó —con una mezcla <strong>de</strong> dolor y asombro— que los años pasados no la<br />

habían hecho <strong>de</strong>saparecer: la habían empañado tan sólo. Volvió a inflamarse su<br />

apagado éxtasis con toda la furiosa belleza <strong>de</strong> su génesis; su <strong>de</strong>seo se puso al rojo<br />

vivo. Y el impacto <strong>de</strong> este súbito <strong>de</strong>scubrimiento hizo pedazos el intervalo<br />

transcurrido. Los quince años se convirtieron en un momento insignificante; las<br />

experiencias acumuladas en ese tiempo no parecían sino un sueño. La escena <strong>de</strong><br />

la <strong>de</strong>spedida —la conversación en la cubierta <strong>de</strong>l barco— se volvió tan clara<br />

como si hubiese ocurrido ayer. Vio la mano <strong>de</strong> ella sujetando el enorme<br />

sombrero que el viento le agitaba; vio las flores <strong>de</strong> su vestido al abrírsele un<br />

instante el abrigo; recordó la cara <strong>de</strong>l apresurado camarero <strong>de</strong> a bordo que<br />

tropezó con ellos; incluso oyó las voces: la suya y la <strong>de</strong> ella.<br />

—Sí —dijo ella simplemente—: lo prometo. Te doy mi palabra. Esperaré…<br />

—Hasta que vuelva —la interrumpió él.<br />

Y ella repitió con firmeza sus mismas palabras; y añadió:<br />

—Aquí; o sea, en casa.<br />

—Yo acudiré a la puerta <strong>de</strong> tu jardín, como <strong>de</strong> costumbre —dijo él, tratando<br />

<strong>de</strong> sonreír—. Llamaré. Tú me abrirás la puerta, como <strong>de</strong> costumbre, y saldrás a<br />

recibirme.<br />

Ella trató <strong>de</strong> repetir esto mismo, también; pero le falló la voz, y se le llenaron<br />

los ojos <strong>de</strong> lágrimas; lo miró a la cara, y sonrió. Fue entonces precisamente<br />

cuando la vio levantar su pequeña mano para sujetarse el sombrero: aún tenía<br />

ante sí ese gesto. Recordaba que le habían dado unas ganas terribles <strong>de</strong> romper el<br />

billete allí mismo, <strong>de</strong>sembarcar con ella, quedarse en Inglaterra, hacer frente a<br />

toda oposición, cuando la sirena rugió espantosa su tercer aviso… y zarpó el<br />

barco.<br />

Quince años, llenos <strong>de</strong> inci<strong>de</strong>ncias, habían pasado separados <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ese

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