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Quid77

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Tema de tapa<br />

cinco<br />

Lao Tse (no) tenía razón<br />

De acuerdo a una transposición del Tao Te King, ver películas es muy<br />

parecido a viajar. Y, por el contrario, una experiencia más alejada del turismo<br />

Dice Lao Tse, el mítico sabio del siglo VI a.C. y presunto<br />

responsable de ese libro magnífico titulado Tao Te King: “La<br />

gente que más viaja es la que menos aprende. El sabio conoce<br />

el mundo sin necesidad de salir de su casa”. Lo que parece<br />

un pronunciamiento contra el turismo encierra una paradoja,<br />

a saber: el desplazamiento a territorios desconocidos no<br />

conlleva ninguna clarividencia garantizada. Es una lectura<br />

posible y heterodoxa; contra la postura oficial, se postula que<br />

los viajes distraen al buscador en el arduo y misterioso camino<br />

de (auto)conocerse. En una línea similar, Lao Tse afirma:<br />

POR Roger Koza<br />

“La travesía de mil millas comienza con un paso”. Aquí el<br />

énfasis recae en la inmediatez del viaje, cuya condición de<br />

posibilidad reside inesperadamente en el tiempo presente,<br />

una supremacía del ahora frente a cualquier otra forma de<br />

experiencia del tiempo. Leídos de otro modo, desobedeciendo<br />

a la tradición, ¿no son ambos pronunciamientos un<br />

hermoso modo de glosar los encantos de la cinefilia?<br />

Lúdica transposición cinéfila, interpretación ya no taoísta de<br />

los aforismos de Lao Tse: “La gente que más películas ve es la<br />

que más aprende. El cinéfilo conoce el mundo sin necesidad<br />

de salir de la sala”. El otro axioma quedaría así: “La travesía<br />

de mil millas comienza con un plano”.<br />

En los tiempos de Lao Tse no existía el turismo, tampoco el<br />

cine, pero los hombres y las mujeres sí viajaban y tenían la<br />

inquietud, seguramente, de saber algo más sobre las cosas<br />

y sobre sí mismos. En cualquier tradición cultural existe<br />

siempre una disciplina o una práctica destinada a modificar la<br />

cualidad de la experiencia sobre sí. Los dos aforismos citados<br />

están sujetos a una traducción y asimismo a un contexto<br />

extraño y lejano en el cual se desestimó el acto de viajar como<br />

forma de conocimiento de sí. ¿Presintió el sabio la futura<br />

sustitución del viaje por el concepto mercantil del turismo?<br />

Para muchos, el crítico de cine Serge Daney fue un sabio<br />

secular de la cinefilia. Murió a principios de la década 1990,<br />

demasiado temprano y joven. Daney publicaba textos notables<br />

sobre cine, como también sobre tenis y televisión, y en<br />

todos sus escritos, además, se traslucía una forma de saber<br />

que provenía de un aprendizaje adquirido en los muchísimos<br />

viajes que había hecho. Daney pertenecía a la discreta<br />

tradición de los caminantes, que cuenta con distinguidos<br />

miembros como Werner Herzog, Robert Walser, W. G.<br />

Sebald, entre otros. Esta tradición sin dogma y sin iglesias<br />

ha intuido que existe una misteriosa conexión entre el desplazamiento,<br />

la observación y el pensamiento. Los caminantes<br />

agudizan el contacto visual y auditivo respecto de lo circundante,<br />

y moviéndose o no hacia una dirección establecida, en<br />

la propia acción lenta y rítmica del caminar van desarrollando<br />

un enlace entre una realidad que se muestra mutante y el<br />

seguimiento atento de la inteligencia que recoge el fugaz<br />

panorama en un sistema de almacenamiento descriptivo que<br />

se verterá en el papel o en el plano. Si, como dice Jean-Luc<br />

Godard en El libro de imagen, no podríamos pensar sin la<br />

mano, esta tradición agrega un segundo requisito al pensamiento<br />

en acción: sin nuestros pies no podríamos crear.<br />

Afirmaba Daney, en El ejercicio ha sido provechoso, señor:<br />

“Ver películas, viajar. Es lo mismo. Viajar y no evadirse o huir<br />

(no escape). Viajar es saber que hace falta una meta para<br />

tener una oportunidad de gozar del viaje en sí mismo, que es<br />

estar ‘entre’, es decir, protegido. Sucede algo semejante con<br />

los films: los planos son el traqueteo de los vagones. Ver films,<br />

viajar: también para los otros, el público normal, esto fue<br />

verdadero. Pero se convirtieron en turistas (consumidores de<br />

viajes) y ya no esperan el cine que les ‘dé’ el estremecimiento<br />

del exotismo, ni el film que los conduzca a su ritmo (lento)”.<br />

La cita no es laudatoria sobre el turismo, como tampoco<br />

nada de lo que se ha dicho hasta aquí. Es que el turismo es el<br />

enemigo, la seductora castración de la curiosidad y el cómodo<br />

adiestramiento de todo aquello que en un viaje puede poner<br />

en duda las certezas del viajero.<br />

Todo aquel que ha podido viajar reconoce que el turismo es<br />

la inversión de la experiencia del viaje, su opuesto maldito.<br />

El viajero lleva consigo lo que necesita y no confunde el viaje<br />

con un plan de compras y un consumo de visitas a lugares<br />

históricos o característicos. La estética postal no le compete,<br />

porque sabe que ahí poco se revela del pueblo al que visita<br />

y su historia. Tampoco siente el imperativo pretérito de los<br />

mercaderes que dejaron sus tierras para poder expandir sus<br />

negocios en otras latitudes del mundo. Es que el territorio<br />

desconocido no es visto como una superficie de extracción.<br />

En cierta medida, el viajero no planifica, desdeña el tour,<br />

prefiere ubicar posibles locaciones de interés y espera en la<br />

interacción con los otros descubrir parajes sugeridos por los<br />

propios moradores. El viajero espera reconocer las señales<br />

que emiten los lugares que visita, del mismo modo en que<br />

se origina una historia de amor. Un desconocido capta la<br />

atención de otro, un intercambio se precipita, se desea algo<br />

que no se identifica exactamente ni se reconoce, pero el<br />

movimiento hacia ese otro es ineludible. Es que el viajero,<br />

como el amante, está dispuesto a poner su propio mundo<br />

en juego, porque sabe que al vulnerar sus certezas puede<br />

intensificar las condiciones generales de la experiencia. ¿No<br />

busca el viajero en el contrapunto constante de un mundo<br />

que no es el suyo, cuya historia y lengua no le pertenecen,<br />

repetir la experiencia inicial de confrontar con lo desconocido,<br />

situación que todo hombre o toda mujer atraviesan en los<br />

primeros años de vida? ¿No es esto lo que también sucede<br />

con el cinéfilo, que asiste a la sala oscura para constatar cómo<br />

es el mundo y las experiencias de este a través de personajes<br />

que no se le parecen? Por eso mismo, las películas que más<br />

nos importan no son las que de inmediato nos identifican,<br />

sino más bien lo contrario: la hermosura de un film radica en<br />

sentirse arrojado a un universo fascinante y amenazante en el<br />

que se redefine quién se es frente a lo radicalmente otro.<br />

Se podrían enumerar algunos títulos que ejercen de inmediato<br />

esa fascinación aludida: A ilha dos amores, de Paulo<br />

Rocha; Hacia el sur, de Johan Van Der Keuken; La salvaje<br />

y azul lejanía o El diamante blanco, de Werner Herzog;<br />

Rivers of Sand, de Robert Gardner; Las estaciones, de<br />

Artavazd Pelechian; Una historia del viento, Joris Ivens;<br />

El mundo, de Jia Zhang-Ke; Bella tarea, de Claire Denis;<br />

King Kong, de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack;<br />

Yo dormí con un fantasma, de Jacques Tourneur;<br />

La luz, de Souleymane Cissé; El ladrillo y el espejo, de<br />

Ebrahim Golestan. Una lista exhaustiva abarcaría varias<br />

páginas, y no siempre se trata de películas que están definidas<br />

por los viajes como tema central del relato. He aquí dos<br />

ejemplos recientes.<br />

Si bien En el intenso ahora, de João Moreira Salles,<br />

tiene un propósito explícito que no es otro que el de medir la<br />

distancia y el fervor del Mayo francés, la Primavera de Praga<br />

y en menor medida los acontecimientos sociales de Brasil en<br />

1968 respecto de nuestro tiempo (el que curiosamente no es<br />

menos intenso que aquel pero sin ningún atisbo de insurrección<br />

frente al orden vigente), el corazón indirecto o el film<br />

clandestino dentro del oficial es aquel que coincide con las<br />

filmaciones caseras que la madre del director tomó durante<br />

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