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Tema de tapa<br />
cinco<br />
Lao Tse (no) tenía razón<br />
De acuerdo a una transposición del Tao Te King, ver películas es muy<br />
parecido a viajar. Y, por el contrario, una experiencia más alejada del turismo<br />
Dice Lao Tse, el mítico sabio del siglo VI a.C. y presunto<br />
responsable de ese libro magnífico titulado Tao Te King: “La<br />
gente que más viaja es la que menos aprende. El sabio conoce<br />
el mundo sin necesidad de salir de su casa”. Lo que parece<br />
un pronunciamiento contra el turismo encierra una paradoja,<br />
a saber: el desplazamiento a territorios desconocidos no<br />
conlleva ninguna clarividencia garantizada. Es una lectura<br />
posible y heterodoxa; contra la postura oficial, se postula que<br />
los viajes distraen al buscador en el arduo y misterioso camino<br />
de (auto)conocerse. En una línea similar, Lao Tse afirma:<br />
POR Roger Koza<br />
“La travesía de mil millas comienza con un paso”. Aquí el<br />
énfasis recae en la inmediatez del viaje, cuya condición de<br />
posibilidad reside inesperadamente en el tiempo presente,<br />
una supremacía del ahora frente a cualquier otra forma de<br />
experiencia del tiempo. Leídos de otro modo, desobedeciendo<br />
a la tradición, ¿no son ambos pronunciamientos un<br />
hermoso modo de glosar los encantos de la cinefilia?<br />
Lúdica transposición cinéfila, interpretación ya no taoísta de<br />
los aforismos de Lao Tse: “La gente que más películas ve es la<br />
que más aprende. El cinéfilo conoce el mundo sin necesidad<br />
de salir de la sala”. El otro axioma quedaría así: “La travesía<br />
de mil millas comienza con un plano”.<br />
En los tiempos de Lao Tse no existía el turismo, tampoco el<br />
cine, pero los hombres y las mujeres sí viajaban y tenían la<br />
inquietud, seguramente, de saber algo más sobre las cosas<br />
y sobre sí mismos. En cualquier tradición cultural existe<br />
siempre una disciplina o una práctica destinada a modificar la<br />
cualidad de la experiencia sobre sí. Los dos aforismos citados<br />
están sujetos a una traducción y asimismo a un contexto<br />
extraño y lejano en el cual se desestimó el acto de viajar como<br />
forma de conocimiento de sí. ¿Presintió el sabio la futura<br />
sustitución del viaje por el concepto mercantil del turismo?<br />
Para muchos, el crítico de cine Serge Daney fue un sabio<br />
secular de la cinefilia. Murió a principios de la década 1990,<br />
demasiado temprano y joven. Daney publicaba textos notables<br />
sobre cine, como también sobre tenis y televisión, y en<br />
todos sus escritos, además, se traslucía una forma de saber<br />
que provenía de un aprendizaje adquirido en los muchísimos<br />
viajes que había hecho. Daney pertenecía a la discreta<br />
tradición de los caminantes, que cuenta con distinguidos<br />
miembros como Werner Herzog, Robert Walser, W. G.<br />
Sebald, entre otros. Esta tradición sin dogma y sin iglesias<br />
ha intuido que existe una misteriosa conexión entre el desplazamiento,<br />
la observación y el pensamiento. Los caminantes<br />
agudizan el contacto visual y auditivo respecto de lo circundante,<br />
y moviéndose o no hacia una dirección establecida, en<br />
la propia acción lenta y rítmica del caminar van desarrollando<br />
un enlace entre una realidad que se muestra mutante y el<br />
seguimiento atento de la inteligencia que recoge el fugaz<br />
panorama en un sistema de almacenamiento descriptivo que<br />
se verterá en el papel o en el plano. Si, como dice Jean-Luc<br />
Godard en El libro de imagen, no podríamos pensar sin la<br />
mano, esta tradición agrega un segundo requisito al pensamiento<br />
en acción: sin nuestros pies no podríamos crear.<br />
Afirmaba Daney, en El ejercicio ha sido provechoso, señor:<br />
“Ver películas, viajar. Es lo mismo. Viajar y no evadirse o huir<br />
(no escape). Viajar es saber que hace falta una meta para<br />
tener una oportunidad de gozar del viaje en sí mismo, que es<br />
estar ‘entre’, es decir, protegido. Sucede algo semejante con<br />
los films: los planos son el traqueteo de los vagones. Ver films,<br />
viajar: también para los otros, el público normal, esto fue<br />
verdadero. Pero se convirtieron en turistas (consumidores de<br />
viajes) y ya no esperan el cine que les ‘dé’ el estremecimiento<br />
del exotismo, ni el film que los conduzca a su ritmo (lento)”.<br />
La cita no es laudatoria sobre el turismo, como tampoco<br />
nada de lo que se ha dicho hasta aquí. Es que el turismo es el<br />
enemigo, la seductora castración de la curiosidad y el cómodo<br />
adiestramiento de todo aquello que en un viaje puede poner<br />
en duda las certezas del viajero.<br />
Todo aquel que ha podido viajar reconoce que el turismo es<br />
la inversión de la experiencia del viaje, su opuesto maldito.<br />
El viajero lleva consigo lo que necesita y no confunde el viaje<br />
con un plan de compras y un consumo de visitas a lugares<br />
históricos o característicos. La estética postal no le compete,<br />
porque sabe que ahí poco se revela del pueblo al que visita<br />
y su historia. Tampoco siente el imperativo pretérito de los<br />
mercaderes que dejaron sus tierras para poder expandir sus<br />
negocios en otras latitudes del mundo. Es que el territorio<br />
desconocido no es visto como una superficie de extracción.<br />
En cierta medida, el viajero no planifica, desdeña el tour,<br />
prefiere ubicar posibles locaciones de interés y espera en la<br />
interacción con los otros descubrir parajes sugeridos por los<br />
propios moradores. El viajero espera reconocer las señales<br />
que emiten los lugares que visita, del mismo modo en que<br />
se origina una historia de amor. Un desconocido capta la<br />
atención de otro, un intercambio se precipita, se desea algo<br />
que no se identifica exactamente ni se reconoce, pero el<br />
movimiento hacia ese otro es ineludible. Es que el viajero,<br />
como el amante, está dispuesto a poner su propio mundo<br />
en juego, porque sabe que al vulnerar sus certezas puede<br />
intensificar las condiciones generales de la experiencia. ¿No<br />
busca el viajero en el contrapunto constante de un mundo<br />
que no es el suyo, cuya historia y lengua no le pertenecen,<br />
repetir la experiencia inicial de confrontar con lo desconocido,<br />
situación que todo hombre o toda mujer atraviesan en los<br />
primeros años de vida? ¿No es esto lo que también sucede<br />
con el cinéfilo, que asiste a la sala oscura para constatar cómo<br />
es el mundo y las experiencias de este a través de personajes<br />
que no se le parecen? Por eso mismo, las películas que más<br />
nos importan no son las que de inmediato nos identifican,<br />
sino más bien lo contrario: la hermosura de un film radica en<br />
sentirse arrojado a un universo fascinante y amenazante en el<br />
que se redefine quién se es frente a lo radicalmente otro.<br />
Se podrían enumerar algunos títulos que ejercen de inmediato<br />
esa fascinación aludida: A ilha dos amores, de Paulo<br />
Rocha; Hacia el sur, de Johan Van Der Keuken; La salvaje<br />
y azul lejanía o El diamante blanco, de Werner Herzog;<br />
Rivers of Sand, de Robert Gardner; Las estaciones, de<br />
Artavazd Pelechian; Una historia del viento, Joris Ivens;<br />
El mundo, de Jia Zhang-Ke; Bella tarea, de Claire Denis;<br />
King Kong, de Merian C. Cooper y Ernest B. Schoedsack;<br />
Yo dormí con un fantasma, de Jacques Tourneur;<br />
La luz, de Souleymane Cissé; El ladrillo y el espejo, de<br />
Ebrahim Golestan. Una lista exhaustiva abarcaría varias<br />
páginas, y no siempre se trata de películas que están definidas<br />
por los viajes como tema central del relato. He aquí dos<br />
ejemplos recientes.<br />
Si bien En el intenso ahora, de João Moreira Salles,<br />
tiene un propósito explícito que no es otro que el de medir la<br />
distancia y el fervor del Mayo francés, la Primavera de Praga<br />
y en menor medida los acontecimientos sociales de Brasil en<br />
1968 respecto de nuestro tiempo (el que curiosamente no es<br />
menos intenso que aquel pero sin ningún atisbo de insurrección<br />
frente al orden vigente), el corazón indirecto o el film<br />
clandestino dentro del oficial es aquel que coincide con las<br />
filmaciones caseras que la madre del director tomó durante<br />
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