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Nota<br />

de tapa<br />

A aquellos que preguntan por la razón de mis viajes, les<br />

respondo: sé bien de lo que huyo, pero no lo que busco.<br />

Michel de Montaigne, Ensayos, III, 9<br />

Invitación<br />

al viaje<br />

POR Christian Kupchik<br />

Sucedió un domingo. El hombre agotó todas las páginas de<br />

los suplementos y revistas especializadas dedicadas al turismo.<br />

No encontró nada. Sabía exactamente lo que buscaba, pero<br />

no dónde localizarlo. Algo estaba claro: el mundo ya no es lo<br />

que era. De pronto, el espacio se encogió, perdió sus partes<br />

secretas, se alejó de la sorpresa. Selva o desierto, los caminos<br />

se detuvieron en un punto invisible, se hicieron tópico, cliché,<br />

fetiche de algo que alguien, alguna vez, soñó virgen.<br />

El turismo ha venido explotando en los últimos años la idea<br />

de que todo país lejano o extraño ha resultado “superficial”.<br />

No hay más misterios. Y no obstante, aún podemos formular<br />

la pregunta acerca de si no existe algún lugar, lejano o<br />

cercano, o en todo caso la bruma de algún lugar, de donde<br />

emergen signos enigmáticos que aún atrapan, confunden e<br />

incluso entusiasman al viajero. Tenemos la literatura, por supuesto,<br />

y también el viaje, pero no por ello deja de ser menos<br />

importante repetir la palabra bruma.<br />

El viaje sigue (y seguirá) siendo capaz de exponer el mundo<br />

interior de un individuo a temblores, confrontaciones y encantamientos.<br />

Claro que para ingresar a las brumas hay que<br />

estar preparado. Allí, se revelan las cosas y acontecimientos<br />

bajo una luz misteriosa, como si se tratase de una pintura de<br />

Rembrandt. Los detalles recuerdan preguntas formuladas<br />

durante la niñez y que luego fueron olvidadas.<br />

¿Qué es, en realidad, lo que libera un viaje? Implica, si se<br />

plantea asumirlo con la responsabilidad del caso –esto es,<br />

abrirse sin prejuicios a las imprevisibles posibilidades que<br />

todo viaje dicta–, un riesgo que altera los estados perceptivos,<br />

tanto a nivel físico como psicológico. No se trata simplemente<br />

de la idea pedestre que entraña el traslado de un lugar<br />

A hasta otro B, idea que el turismo ha reemplazado por el<br />

concepto “viaje”. No, el viaje puede concluir en experiencias<br />

existencialmente peligrosas, entendiendo este adjetivo en la<br />

mejor de sus acepciones. La imprevisibilidad respecto de sus<br />

consecuencias transforma todo viaje tanto en una maquinaria<br />

mortal como deliciosa. Y, en ocasiones, ni siquiera resulta<br />

necesario recorrer enormes distancias para ello.<br />

Hay una moral del viaje. Y su influencia es ejercida menos<br />

sobre el comportamiento del viajero que sobre su discurso.<br />

No obstante, no se puede ignorar su existencia ni subestimar<br />

su poder. A pesar de no llegar a hacerla visible bajo la forma<br />

de una carta o de un tratado general enunciando derechos y<br />

deberes en la materia, esta moral que parece eludir toda ley<br />

escrita revela su presencia en compañía del viajero, conscientes<br />

o no de ella.<br />

La moral está ligada al móvil, y puede modificar sus máscaras<br />

de acuerdo a estos, pero no abandona jamás su verdadera naturaleza.<br />

Es posible encontrarla en misiones científicas o viajes<br />

de placer, manuales de etnografía o guías turísticas, diciendo<br />

esto o aquello entre consejos prácticos, métodos o itinerarios.<br />

Al margen de las recomendaciones técnicas y logísticas, por<br />

encima de medios y objetivos, esta moral se expresa fundamentalmente<br />

por la relación con el Otro. En las guías clásicas<br />

del siglo XIX (Baedeker, Joanne, Richard y otras) pero también<br />

en las actuales, de las Michelin a las Lonely Planet, no faltan<br />

–aún subrepticiamente– conceptos que hacen a una supuesta<br />

ética del viajero. Tal vez ya no tan sentenciosos como antes,<br />

hoy su expresión es menos severa, incluso en ocasiones casi humorística,<br />

pero lo cierto es que no falta el enunciado de reglas<br />

y valores de buen uso para el viaje.<br />

Francesco Balducci Pegolotti, empleado de una<br />

compañía de comercio de Florencia, escribió hacia 1330, a<br />

cincuenta años del viaje de los Polo, un decálogo del viajero<br />

en Asia, titulado Practica Della Mercatura, donde suministra<br />

información precisa sobre la organización del viaje en China.<br />

Vale la pena transcribir algunos detalles:<br />

“Debe Ud. dejarse crecer la barba. En Tana hará bien si<br />

contrata un guía o intérprete. No hay que intentar economizar<br />

en esto, tomando uno malo en vez de uno bueno, ya que<br />

los gastos ocasionados por un buen guía nunca alcanzarán a<br />

lo que Ud. gastaría yendo por su cuenta. Si el mercader desea<br />

llevar una mujer con él, puede hacerlo; si no desea llevarla,<br />

no está obligado en absoluto; solo que, si la lleva, su viaje será<br />

más confortable. Sea como fuese, si se decide por llevarla<br />

convendrá que esté iniciada en la lengua cumaniana”.<br />

Casi cinco siglos después, otro viajero italiano, Luciano<br />

Galli (1848-1939), vindica la figura del viajero tal como la<br />

consentirían Beckett o el propio Émile Cioran. Cuando<br />

habla de aprestos para el viaje, se refiere a memorizar una<br />

serie de perplejidades:<br />

“1. Olvídese de dónde viene. De hecho, y si a nadie le importa,<br />

¿por qué habría de importarle a Ud.?<br />

2. Olvídese hacia dónde va. Transcriba al azar cien, doscientos<br />

nombres de parajes, pueblos, mujeres o lo que le<br />

venga en ganas. Incluya el nombre de su destino entre ellos.<br />

Repítalos en voz alta, en orden aleatorio, hasta que todos se<br />

reduzcan a una serie articulada de sonidos sin valor ni efecto.<br />

Si así no funciona enumere uno a uno y dígase que lo esperan<br />

en cada lugar.<br />

3. Asegúrese que nadie le preguntará adónde va. Cuando<br />

llegue a una ciudad sitúese en el punto más alto, un promontorio<br />

o los hombros de algún desconocido, y proclame a viva<br />

voz: ‘He olvidado de dónde vengo. No sé adónde voy. Siento<br />

que estoy a punto de llegar y pronto a salir. Espérenme,<br />

despídanse. Pronto nos veremos nuevamente y no sabremos<br />

quién es quién’”.<br />

9

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