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nombrar solo algunos ejemplos, han
quedado completamente subordinadas
al ejercicio de la dominación y la
explotación capitalista.
En este sentido, retomamos los aportes
de Carol Adams (2003), quien ha
conceptualizado esta práctica a través
de la cual los animales explotados
para el consumo humano pasan a ser
considerados como “máquinas invisibles”,
pues dentro de las granjas de
re-producción intensiva de animales,
estos han sido domesticados y desligados
de su condición de naturaleza
para ser cosificados y reducidos a simples
máquinas. La autora nos invita a
estrechar lazos de empatía, desde la
praxis ecofeminista, con las hembras
de otras especies animales cuya libertad
reproductiva ha sido negada. De
este modo, como madres lactantes
deberíamos empatizar con el sufrimiento
de otras especies a quienes se
les niega la posibilidad de vivir dignamente
la maternidad, como es el
caso de las vacas lecheras cuando son
separadas de sus hijos e hijas (Adams,
2003).
Siguiendo con la argumentación desarrollada
por la autora, el consumo
de carne y otros “productos” de origen
animal pareciera ser algo “natural” e
inevitable. El vínculo entre el animal
que es consumido como “carne” y los
animales como individuos sintientes
está fracturado, pues se entiende que
el “trozo de carne” es un “tipo de alimento”
y no se considera su relación
con el animal vivo. Esta desconexión
hace que los cuerpos de los animales
sean desmembrados y fragmentados
para ser comercializados como una
presa de carne dentro del mercado
(“pernil”, “lomo”, “pechuga”, entre
otros). De esta manera se produce la
muerte del animal como ausencia,
dando la impresión de que los animales
que estamos consumiendo son tan solo
“alimentos”. Es decir, “olvidamos” toda
la historia de explotación que está detrás
de ese pedazo de animal desmembrado
que llamamos “comida”. Para la
autora, la pregunta en cuestión es: ¿qué
o quiénes deciden que los animales son
un alimento?
Para abordar esta pregunta podríamos
considerar el cuestionamiento que realizan
algunas ecofeministas al proyecto
moderno occidental por su carácter
profundamente androcéntrico y antropocéntrico
que se estructura a partir de
la clasificación jerárquica de las diferencias.
Es decir, la racionalidad moderna
implica una construcción del mundo
basada en binarismos o dualismos dicotómicos
que determinan relaciones
de superioridad e inferioridad entre los
elementos. En esta forma de clasificación
no existe una relación de comple-
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