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tuar conforme a un estado de conciencia
y no bajo el pretexto de la razón,
que sirve, generalmente, de comodín
para hacer con los demás lo que nuestro
interés oriente.
Es indispensable reiterar que la liberación
en el movimiento animalista
no se debe limitar a sacar animales
de jaulas, llevarlos a
refugios, castrarlos y esterilizarlos
para que estén encerrados
y no incomoden a
la familia que los acogió o
a sus vecinos. El criterio de
liberación exige un proceso
más complejo, continuo
y de corresponsabilidad con
el individuo liberado. Desde
algunos fundamentos
éticos latinoamericanos,
la posibilidad de la liberación
animal no se restringe
a las formas de activismo
del movimiento animalista, sino
que implica un acto de alteridad que
involucra la proyección de las necesidades
no cumplidas de las víctimas.
Desde una perspectiva latinoamericana,
que reconoce que las víctimas no
pueden reproducirse ni desarrollar su
vida ni participar de la discusión que
los afecta directamente, tenemos la
obligación de liberar al oprimido.
Para esto es necesario deconstruir
las normas, acciones, instituciones
y estructuras que han
hecho que actuemos conforme
a la idea de que los animales
son cosas y que, por ello, podemos
utilizarlos, reutilizarlos,
explotarlos e impedir que se
desarrollen como individuos.
Deconstruir significa aquí deshacer
analítica y críticamente
los elementos que constituyen
un entramado o estructura
conceptual, y que se han
arraigado a nuestros sistemas de pensamiento.
Esta deconstrucción, que no se limita a
la noción derridiana de un análisis meramente
textual, invita a abandonar o
a superar el espectro moderno-colonial
que predomina en nuestras culturas
respecto a los animales. No se trata
de destruir, sino de analizar, transformar
y reconstruir. Es decir, superar la
idea de la modernidad que nos hizo
creer que, por ser poseedores de la
“razón”, podemos dominar a aquellos
que no la tienen, como los animales.
Razón que, al final, termina siendo
no una cualidad, sino un dispositivo
de poder a la Foucault y que, desde
el pensamiento latinoamericano, termina
siendo el pretexto del mito de la
modernidad. En segunda instancia, el
liberacionista debe construir y transformar
las normas, acciones e instituciones
para que los animales puedan
Se trata de reconstruir
nuestra historia a partir
del abandono de los
procesos de domesticación
que hemos llevado
a cabo con varias especies
y con individuos de
nuestro grupo.
vivir y desarrollarse íntegramente
según su especie. Y es en este punto
donde la acción liberadora no puede
desentenderse de su componente político
y social, pues no solo se trata de
sacar a los animales de un estado de
cautiverio y explotación, sino de que
nuestras actitudes y acciones construyan
caminos de transformación que
sean capaces de establecer un nuevo
orden basado en relaciones solidarias,
justas y respetuosas con los animales y
con los demás seres de nuestro grupo.
Si se compran animales para rescatar,
no se está transformando el orden establecido;
si se llevan animales de un
lado a otro sin las condiciones óptimas
para su desarrollo y la restitución de
su alteridad negada, no se está transformando
el especismo; si se agarran
animales de la calle y se venden bajo
la falsedad de un sinnúmero de costos
que conlleva un proceso de adopción,
se está perpetuando el prejuicio que
indica que podemos hacer con la vida
de los animales lo que nos plazca.
En esta dirección, el proceso de liberación
animal conlleva un imperativo
que obliga éticamente al liberacionista
a realizar esa transformación
antisistémica. Esto no es más que un
enfrentamiento entre un movimiento
social organizado que aboga por el
reconocimiento de los animales y un
sistema formal dominante que los
oprime. Por eso, causa gracia cuando
algún animalista o liberacionista lucha
para que McDonald’s tenga una
opción vegana o que Zenú saque al
mercado productos sin ingredientes
de origen animal, en vez de encargarse
de demostrar cómo esa línea mercantil
juega con las tendencias que
surgen para impulsar nuevas formas
de producción que implican desentenderse
del problema de la opresión
animal y satisfacer a unos clientes a los
que solo les preocupa hallar un sabor
similar al de la carne en sustitutos. No
podemos negar que la tendencia a ser
vegano o vegana ha forjado un mercado
capitalista con etiqueta veg friendly
o vegan que no ayuda en nada a erradicar
el especismo, pero sí contribuye
con la destrucción de ecosistemas y
con la muerte de millones de animales.
Solo por el simple hecho de hacer
uso del petróleo o de comprar produc-
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