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forzada por Descartes y Kant, y que la
razón le permitiría dominar esa entidad
vasta, caótica e irracional que es la
naturaleza, es normal que se despliegue
una contraposición hombre-naturaleza,
el que domina y lo dominado,
solo a través del uso de la fuerza y la
violencia. Aquí la violencia es un recurso
importante, ya que sin esta no hay
dominación; es decir que el sometimiento
del otro se confirma a través
del ejercicio fuerza.
raleza, en tanto entidad, y el animal,
en tanto sujeto, quedan relegados al
margen de la sociedad, la historia y la
civilización. De este proyecto moderno
es titular aquello comprendido bajo la
categoría de racional, personificado
por un prototipo de hombre europeo,
blanco —por supuesto—, y heterosexual.
Por nuestra parte, las mujeres tampoco
éramos plenas titulares de la
categoría de racionalidad, no teníamos
voz en los espacios públicos, por
lo que en muchos casos, pensadoras
y creadoras tuvieron que refugiarse
con nombre masculino o no firmar su
autoría para así poder ser leídas y escuchadas,
ya que se dudaba de la validez
de todo lo producido por una mujer
en el marco intelectual. El uso del
seudónimo masculino se popularizó
ante la negativa de varios editores por
publicar lo que consideraban asuntos
Es a partir de esta diferenciación entre
hombre y naturaleza que se comienzan
a instaurar los discursos religiosos,
políticos, éticos e incluso lingüísticos
que darían dirección y sentido a la sociedad.
Esta idea sobre los límites entre
lo racional/hombre y lo irracional/
naturaleza-animal hizo que el hombre
apartara de sus intereses aquello que
no era él mismo o que sirviera para
sus fines; de modo tal que la natupropios
de la vida de una mujer. Sucedió
con Mary Ann Evans, Amantine
Aurore Lucile Dupin, Charlotte Brontë
y más, incluso con la bogotana Soledad
Acosta. Otra posible alternativa
para estas mujeres era atribuirle su
trabajo al marido, como Mary Shelley,
lo que propició la escandalosa idea de
que ella no fuera la autora legítima de
Frankenstein 2 .
2
En el prólogo de Frankenstein, Mary Shelley
reconoce que una de las preguntas más usuales,
una vez decidió ponerle su autoría a la obra, era
sobre la posibilidad de que una mujer, y sobre
todo siendo tan joven, pudiera desarrollar una
historia así. Por eso decide explicar en ese prólogo
que gran parte del desarrollo de la idea es de
su pareja, Percy B. Shelley. Sin embargo, explica
que la idea del monstruo fue siempre suya. A pesar
de la sospecha que algunos escritores introducen,
sospecha en parte nacida a partir de que
las primeras ediciones no contaran con su nombre,
o que su esposo fuera un afamado escritor,
o que era muy joven para crear una historia así o
que, al fin y al cabo, era una mujer, no cabe duda
Aquí la violencia es un recurso
importante, ya que sin
esta no hay dominación; es
decir que el sometimiento
del otro se confirma a través
del ejercicio fuerza.
Ya para finales del siglo XIX y principios
del XX comienza a cambiar el
panorama para todos esos sujetos
que no estaban comprendidos bajo la
categoría hegemónica, es decir, personas
con sexualidad diversa, mujeres,
de la autoría de Shelley. En El año del verano que
nunca llegó, Ospina (2015) sugiere que Shelley
creó al monstruo, en parte contagiada por el espíritu
de su marido y el ambiente en el que se
gestó la obra, pero le permitió a él trabajar sobre
la idea orginal. Aún así existe un supuesto misterio
sobre la primera versión. Otra idea similar
hace eco en la novela Bravura, de Carrère (2016),
cuando Polidori se atormenta pensado que Mary
le robó la idea original del monstruo.
negros, indígenas y, como no, animales
3 . Estas nuevas fuerzas alentaron a
que se abrieran poco a poco debates
nunca antes pensados, discusiones
donde se incluyeran subjetividades
históricamente marginadas. Así van
apareciendo algunas sociedades ve-
3
Si bien estos sujetos siguen siendo objeto
constante de discriminación, exclusión y violencia,
acabando el siglo XIX y comenzando el
XX comienzan a surgir vigorosamente algunos
movimientos emancipatorios que dan cuenta
de la urgencia de un cambio de paradigma en
términos sociales y políticos. Estos movimientos
buscan permitirles cabida a otros sujetos tradicionalmente
subordinados. Solo por nombrar
algunos: (1847) Vegetarian Society; (1866) The
American Society for the Prevention of Cruelty
to Animals; (1875) Londres de la Society for the
Abolition of Vivisection; (1891) Humanitarian
League; (1897) Order of Chaeronea; (1897)
National Union of Women’s Suffrage Societies;
(1905) Niagara Movement; (1924) League
Against Cruel Sports; (1924) Society for Human
Rights; (1944) The Vegan Society; (1969) Gay Liberation
Front; entre muchísimos otros.
ganas y vegetarianas en el panorama
social de finales del siglo XIX. Muchos
de estos colectivos dieron uso práctico
a las ideas de Bentham, quien desde
1780 se había preguntado la razón
por la cual no se extendía la consideración
moral hacia los animales. Así,
estos colectivos comenzaron a pregonar
en ciertos círculos sociales la idea
de que la crueldad hacia los animales
era innecesaria y debía de abolirse.
Pero en el siglo XX se hace más visible
la incomodidad hacia esa identidad
de hombre moderno como ser totalizante;
así es como ciertos colectivos
comienzan a insistir en la creación
de nuevos espacios en donde se les
otorgara reconocimiento a sujetos
silenciados por la historia y la cultura,
como las mujeres; a la vez que se
inicien debates necesarios sobre los
intereses de otros animales en tanto
seres sintientes y cohabitantes de un
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