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casa.<br />

Ángel Santiesteban-Prats<br />

PRISIÓN LA CABAÑA.<br />

DIARIO EN LA CÁRCEL IV. HAMBRE.<br />

Los sargentos recogen las bandejas vacías, tan limpias por<br />

las lenguas de los detenidos que no hace falta fregarlas.<br />

El sonido de la última puerta al cerrarse deja un silencio<br />

que los hace sentir más presos, y el aire, escaso y caliente,<br />

provoca asfixia.<br />

Ningún detenido se atrevería siquiera a alzar la voz para<br />

evitar que lo lleven a la celda de castigo porindisciplina. Los<br />

sargentos caminan lentamente y se detienen a espiar tras las<br />

puertas y a escuchar qué hablan los presos cuando la abulia<br />

y el desespero por el encierro les provoca un febril estado de<br />

ansiedad que vuelcan en habladurías, para luego delatarlos<br />

con los instructores.<br />

Cuando el silencio parece eterno, algún mecanismo<br />

sádico hace que la noche se detenga y dure más de lo<br />

acostumbrado; y llega un susurro, una palabra rechinando<br />

en las puertas metálicas, resbalando en el piso como un vaso<br />

de agua; y los detenidos se asustan porque conocen bien las<br />

voces de cada sargento, los pasos, la forma en que dejan caer<br />

las botas mientras caminan, cómo carraspean y hasta sus<br />

ronquidos. Por eso, desde sus celdas, todos quedan<br />

intrigados porque no pueden descifrar de quién es aquella<br />

voz que escapa como un lamento. Esta vez no es alguien que<br />

sueña y clama por un ser querido o grita el nombre del<br />

instructor para que no se le acerque, ahora alguien grita<br />

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