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isla-interior-angel-santiesteban-prats

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a las dos horas, y que le había comentado que lo estarían<br />

esperando. Me dijo que en varias ocasiones eso había<br />

ocurrido y que luego sus visitantes aparecían en Villa<br />

Marista, (cuartel de la Seguridad del Estado de Cuba). Me<br />

confesó que se quedaba preocupado, y me dio su número<br />

de teléfono para que le avisara tan pronto yo obtuviera<br />

alguna noticia del paradero del vasco.<br />

Vilví a la esquina acordada. El amigo no había llegado.<br />

Era la esquina de un hospital infantil de la Calzada del<br />

Cerro. Las palabras fueron: “te recojo en la esquina del<br />

hospital”. Me puse a calcular que el hospital tenía cuatro<br />

esquinas, y que debía darle un rodeo para asegurarme que<br />

no estuviera por los contornos. Cuando pasé por el fondo<br />

del hospital, justo a medianía de cuadra, en la entrada del<br />

Cuerpo de Guardia, allí, en los asientos, estaba sentado el<br />

vasco con las piernas unidas. Me hizo recordar la imagen<br />

de mi hijo cuando lo iba a buscar al círculo infantil: abrió los<br />

brazos acompañado de una sonrisa de total felicidad. Estaba<br />

hecho puro nervio y me dijo que las piernas no le habían<br />

dado para más, y que luz que provenía del Cuerpo de<br />

Guardia se le brindó como una perfecta guarida. Estaba<br />

decidido a morir sentado allí si yo no aparecía, me dijo, y<br />

nos echamos a reír. Luego se mantuvo un rato en silencio.<br />

De sólo escuchar ese simple testimonio de lo que una<br />

persona ha sufrido, podríamos creer todo el horror que una<br />

gobierno totalitario es capaz de infringir a un pueblo entero.<br />

Nos fuimos con prisa hasta el aeropuerto. Recordé a<br />

Payá, y lo llamé por teléfono. Aún estaba despierto<br />

esperando noticias. El hombre está seguro, le dije, ya está<br />

en el avión. Gracias a Dios, respondió Paya. Me agradeció la<br />

llamada y luego de colgar me pregunté cómo un hombre<br />

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