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isla-interior-angel-santiesteban-prats

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al a amanecer. Desconocía esa palabra y alcé los hombros.<br />

Entonces explicó que la muerte era como el tío que se fue en<br />

balsa y no volveríamos a ver. Y corrí a tomarme la leche, no<br />

quería ese castigo, pero ella me detuvo para apretarme<br />

contra su pecho. Esa mañana me quedé dormido sobre el<br />

sofá y tuve fiebre. Las vecinas pasaban cerca de mí y me<br />

observaban con lástima. Con misterio se hablaban al oído. El<br />

estudio de Salvador no lo volvieron a abrir en mi presencia.<br />

Perdí el apetito y mis espacios parecían que nunca podrían<br />

volver a llenarse.<br />

Hasta que miré por la ventana de la casa de Salvador y lo<br />

vi escondido en el verde de su último cuadro, se puso un<br />

dedo en los labios para que no lo descubriera, entonces reí.<br />

Callé el último secreto que él compartía conmigo. Me<br />

enseñó a no revelar los temas que pintaba cuando<br />

preguntaran los curiosos. A veces me sorprendían<br />

conversando con él. Me bastaba con saber que seguía allí,<br />

dándole los toques finales a un cuadro inacabable. Por eso,<br />

a partir de ese día en que conocí que la muerte no es<br />

concluyente, estoy loco para el resto del mundo.<br />

Comenzaron a darme pastillas que el sicólogo recomendó.<br />

Desde esa experiencia lucho contra lo que parece<br />

definitivo. Sé que detrás de cada aliento, imagen y palabra,<br />

existe el arrojo de alguien que espera con paciencia ser<br />

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