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isla-interior-angel-santiesteban-prats

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yo pague ya tú lo hiciste”. Supuse que decía que yo iba a<br />

sufrir primero que él. Me dijo “parece que no te basta los<br />

cinco años que te vamos a echar por el juicio de hace poco”.<br />

Le dije, claro, los jueces son ustedes, aquello solo fue un<br />

teatro y ustedes desde antes ya tenían la sanción. Pero no<br />

importa, aquí hay cuerpo y valor para enfrentarlo, le dije.<br />

“Sí, yo sé que tú eres valiente”, me dijo irónico. No soy<br />

valiente, pero tampoco lo cobarde que son ustedes que<br />

golpean en grupo porque tienen miedo hacerlo solo.<br />

Cuando recibieron la orden ya teníamos destinos. Nos<br />

repartieron por la ciudad. A Eugenio y a mí nos enviaron<br />

para Santiago de las Vegas. Allí me llevaron al hospital<br />

porque el calabocero no quiso recibirme en aquel estado tan<br />

precario. Los dolores de las costillas perecían agujas<br />

lacerantes, y la sangre por todo mi cuerpo, saliendo de mi<br />

boca y mi cabeza los asustaba, más la inflamación de un<br />

labio y un pómulo.<br />

Ahí aproveché, ante un descuido de ellos, para avisar a<br />

los amigos que estábamos detenidos en Santiago de las<br />

Vegas. Al regreso a la unidad me llevaron a un calabozo.<br />

Antes de entrar vi a Eugenio tras la reja y a Veizant, el<br />

abogado que siguió esta cadena de injusticia cuando, como<br />

abogado y esposo, fue a preguntar por la abogada Yaremis.<br />

Nos hicimos un saludo con un ademán de cabeza y les<br />

aseguré que para mí era un honor compartir esos calabozos<br />

con ellos. Luego me dijo que estaba preocupado por su hija,<br />

pues no sabían quién se había hecho cargo de la niña, estaba<br />

muy preocupado y como a todos, le habían negado la<br />

llamada que, por ley, nos toca a cada detenido en las<br />

primeras 24 horas.<br />

Entre Kafka y Virgilio Piñera<br />

Cerca de la media noche me sacaron del calabozo. Pensé<br />

que sería para alguna entrevista. Entonces me devolvieron<br />

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