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Historia de los Patriarcas y Profetas (2008) - Ellen G. White Writings

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Las últimas palabras <strong>de</strong> Josué 485<br />

había sido dada al pueblo <strong>de</strong> Dios. ¡Qué insensatez sería la <strong>de</strong> Israel<br />

si escogiera las divinida<strong>de</strong>s por cuyo culto habían sido <strong>de</strong>struídos<br />

<strong>los</strong> amorreos!<br />

“Que yo y mi casa -dijo Josué- serviremos a Jehová”. El mismo<br />

santo celo que inspiraba el corazón <strong>de</strong>l jefe se comunicó al pueblo.<br />

Sus exhortaciones le arrancaron esta respuesta espontánea: “Nunca<br />

tal acontezca, que <strong>de</strong>jemos a Jehová para servir a otros dioses”.<br />

“No podréis servir a Jehová -dijo Josué-, porque él es Dios santo<br />

[...] no sufrirá vuestras rebeliones y vuestros pecados”. Antes <strong>de</strong> que<br />

pudiera haber una reforma permanente, era necesario hacerle sentir<br />

al pueblo cuán incapaz <strong>de</strong> obe<strong>de</strong>cer a Dios era <strong>de</strong> por sí mismo.<br />

Habían quebrantado su ley; esta <strong>los</strong> con<strong>de</strong>naba como transgresores,<br />

y no les proporcionaba ningún medio <strong>de</strong> escape. Mientras confiaran<br />

en su propia fuerza y justicia, les era imposible lograr perdón <strong>de</strong><br />

sus pecados; no podían satisfacer las exigencias <strong>de</strong> la perfecta ley<br />

<strong>de</strong> Dios, y en vano se comprometían a servir a Dios. Solo por la<br />

fe en Cristo podían alcanzar el perdón <strong>de</strong> sus pecados, y recibir<br />

fuerza para obe<strong>de</strong>cer la ley <strong>de</strong> Dios. Debían <strong>de</strong>jar <strong>de</strong> <strong>de</strong>pen<strong>de</strong>r <strong>de</strong><br />

sus propios esfuerzos para salvarse; <strong>de</strong>bían confiar por completo<br />

en el po<strong>de</strong>r <strong>de</strong> <strong>los</strong> méritos <strong>de</strong>l Salvador prometido, si querían ser<br />

aceptados por Dios.<br />

Josué trató <strong>de</strong> hacer que sus oyentes pesaran muy bien sus palabras,<br />

y que <strong>de</strong>sistieran <strong>de</strong> hacer votos para cuyo cumplimiento no<br />

estaban preparados. Con profundo fervor repitieron esta <strong>de</strong>claración:<br />

“No, sino que a Jehová serviremos”. Consintiendo solemnemente<br />

en atestiguar contra sí mismos que habían escogido a Jehová, una<br />

vez más reiteraron su promesa <strong>de</strong> lealtad: “A Jehová nuestro Dios<br />

serviremos, y a su voz obe<strong>de</strong>ceremos”.<br />

“Entonces Josué hizo un pacto con el pueblo el mismo día, y les<br />

dio estatutos y leyes en Siquem”. Escribió un relato <strong>de</strong> este pacto<br />

solemne, y lo puso, con el libro <strong>de</strong> la ley, al lado <strong>de</strong>l arca. Erigió<br />

una columna conmemorativa y dijo: “Esta piedra nos servirá <strong>de</strong> [503]<br />

testigo, porque ella ha oído todas las palabras que Jehová nos ha<br />

hablado; será, pues, testigo contra vosotros, para que no mintáis<br />

contra vuestro Dios. Después <strong>de</strong>spidió Josué al pueblo, y cada uno<br />

volvió a su posesión”.<br />

La obra <strong>de</strong> Josué en favor <strong>de</strong> Israel había terminado. Había<br />

cumplido “siguiendo a Jehová”, y en el libro <strong>de</strong> Dios se lo llamó “el

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