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Historia de los Patriarcas y Profetas (2008) - Ellen G. White Writings

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La rebelión <strong>de</strong> Absalón 689<br />

cual el cielo lo había investido. Confiaría a Dios la resolución <strong>de</strong>l<br />

conflicto.<br />

Con humildad y dolor, David salió por la puerta <strong>de</strong> Jerusalén,<br />

alejado <strong>de</strong> su trono, <strong>de</strong> su palacio y <strong>de</strong>l arca <strong>de</strong> Dios, por la insurrección<br />

<strong>de</strong> su hijo amado. El pueblo lo seguía en larga y triste procesión<br />

como un séquito fúnebre. Acompañaba al rey su guardia personal,<br />

compuesta <strong>de</strong> cereteos, peleteos y trescientos geteos <strong>de</strong> Gat bajo el<br />

mando <strong>de</strong> Itai. Pero David, con su altruísmo característico, no podía<br />

consentir que estos extranjeros, que habían buscado su protección,<br />

participaran en su calamidad. Expresó su sorpresa <strong>de</strong> que estuvieran<br />

dispuestos a hacer este sacrificio por él.<br />

“Y dijo el rey a Itai, el geteo: “¿Para qué vienes tú también con<br />

nosotros? Vuelve y quédate con el rey, pues eres extranjero y estás<br />

<strong>de</strong>sterrado también <strong>de</strong> tu lugar. Ayer viniste, ¿y voy a obligarte hoy<br />

a que an<strong>de</strong>s con nosotros? En cuanto a mí, yo iré a don<strong>de</strong> pueda ir;<br />

tú vuélvete y haz volver a tus hermanos. ¡Que Jehová te muestre<br />

amor permanente y fi<strong>de</strong>lidad!””.<br />

Itai le contestó: “¡Vive Dios, y vive mi señor, el rey, que para<br />

muerte o para vida, don<strong>de</strong> esté mi señor, el rey, allí estará también<br />

tu siervo!” Estos hombres habían sido convertidos <strong>de</strong>l paganismo<br />

al culto <strong>de</strong> Jehová, y ahora probaban noblemente su fi<strong>de</strong>lidad a su<br />

Dios y a su rey. Con corazón agra<strong>de</strong>cido, David aceptó la <strong>de</strong>voción<br />

<strong>de</strong> el<strong>los</strong> en su causa que aparentemente se hundía, y todos cruzaron<br />

el arroyo <strong>de</strong> Cedrón, en camino hacia el <strong>de</strong>sierto.<br />

Nuevamente la procesión hizo alto. Una compañía vestida <strong>de</strong><br />

indumentaria sagrada se aproximaba. “Iban también con él Sadoc y<br />

todos <strong>los</strong> levitas que llevaban el Arca <strong>de</strong>l pacto <strong>de</strong> Dios”. Los que<br />

seguían a David vieron en esto un buen augurio. La presencia <strong>de</strong><br />

aquel símbolo sagrado era para el<strong>los</strong> una garantía <strong>de</strong> su liberación y<br />

<strong>de</strong> su victoria final. Inspiraría valor al pueblo para reunirse alre<strong>de</strong>dor<br />

<strong>de</strong>l rey. La ausencia <strong>de</strong>l arca <strong>de</strong> Jerusalén infundiría terror a <strong>los</strong><br />

partidarios <strong>de</strong> Absalón.<br />

Al ver el arca, el corazón <strong>de</strong> David se llenó por un momento<br />

breve <strong>de</strong> regocijo y esperanza. Pero pronto le embargaron otros<br />

pensamientos. Como soberano <strong>de</strong>signado para regir la herencia<br />

<strong>de</strong> Dios, le incumbía una solemne responsabilidad. Lo que más<br />

preocupaba al rey <strong>de</strong> Israel no eran sus intereses personales, sino la<br />

gloria <strong>de</strong> Dios y el bienestar <strong>de</strong> su pueblo. Dios, que moraba entre [725]

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