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SONIDO OCTOFÓNICO - Magnum Astron

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Partieron como flotando en la brisa, en medio de una atronadora gritería. Pasaron<br />

desapercibidos por la multitud que, en ese instante, se disponía a escuchar el discurso<br />

de llegada de Sabium.<br />

El radiante niño, la divina madre y el venerable anciano, se dirigieron hacia el ultramar<br />

lejano. Desaparecieron, como pompas de jabón al aire seco, sin dejar rastro.<br />

TREMENDO SUSTO<br />

Indescriptible el susto de los encargados de velar por la seguridad de Angelino al no<br />

encontrarlo. Habían salido a la calle para contagiarse de la efervescente alegría que<br />

allí reinaba.<br />

Era la primera vez que lo habían abandonado; además, en el nuevo mundo ya no<br />

había secuestros. Ellos simplemente estaban para mantener el orden en los miles de<br />

visitantes que a diario venían.<br />

La madre Divina no tenía por qué fugarse. En ese sitio se sentía muy feliz. El convento,<br />

que fuera santuario de bienaventuranzas, repentinamente se transformó en un tétrico y<br />

silencioso claustro de desolación. Las palabras de Divina y el suave llanto del niño no<br />

se volverían a escuchar.<br />

La Tierra, que antes parecía un luminoso globo de fuego, se apagó como débil llama a<br />

la ventisca inesperada.<br />

La búsqueda fue tan tenaz como infructuosa. Ciudad por ciudad, casa por casa, metro<br />

a metro fue buscado el niño, sin resultados alentadores.<br />

Las campanas resonaban plañideras mientras empalidecían los colores de la bandera<br />

del mundo que, a media asta, reflejaba su tristeza.<br />

HUIDA HACIA EL SILENCIO<br />

El Maestre se encaminó con la madre y el niño hacia la lejana y perdida montaña<br />

donde vivía. Debía pasar ciénagas, abismos sin luz y desfiladeros espantosos para<br />

llegar allí.<br />

El sitio era inaccesible para los mejores alpinistas; imposible que un anciano y una<br />

débil madre, que sostenía un niño, pudieran llegar a ese lugar.<br />

No disponían de elementos para salvar la enorme distancia ni los peligros que<br />

acechaban.<br />

Pocas horas de camino y, naturalmente, la madre no resistió más. El niño se hacía<br />

cada vez más pesado, y el anciano, jadeante, no podía brindarle ayuda.

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