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Además era imposible reunir, en estas circunstancias, a todos los operadores que<br />
controlaban las emisoras y cadenas. La mayoría de radiodifusoras estaban dañadas, o<br />
la corriente eléctrica no fluía. Sus dueños, como sabemos, las habían dejado a la<br />
deriva.<br />
¡El hecho era inexplicable! Sin embargo, aquella dulce voz de alerta se dejaba<br />
escuchar en todas las frecuencias… ¡Y en todos los idiomas!<br />
Esto sólo podría lograrse con un centenar de satélites transmisores, diseñados<br />
especialmente para este caso. Y no existían.<br />
LA GRAN SORPRESA<br />
No hubo tiempo para aclarar la incógnita de esta transmisión. La voz de alerta se<br />
expandió velozmente, y la gente se apiñaba alrededor de quien tuviera un receptor.<br />
En contados minutos se escucharía una noticia que podría significar vida o muerte. El<br />
optimismo y el pesimismo; el valor y la cobardía; el dolor y la esperanza, se dieron cita<br />
para sortear, en un segundo, el desenlace final de la humanidad.<br />
La voz continuaba anunciando:<br />
—Faltan tres minutos para que todo ser interesado en su vida y en su mundo<br />
esté al tanto de esta noticia.<br />
Ninguno se había hecho rogar. Todos estaban impacientes congregados para recibir la<br />
noticia más importante en su vida. Algo así como el anuncio de muerte o perdón para<br />
un condenado a la pena capital.<br />
Súbitamente se inundó el éter con una potente<br />
modulación de infinitas frecuencias que, atravesando<br />
desiertos, continentes y océanos, envolvió el globo<br />
terráqueo con una clara manifestación audible.<br />
De todos los radiorreceptores brotó una voz paternal,<br />
limpia y segura, que se escuchó hasta en los confines<br />
de la Tierra:<br />
— ¡Atención todos los habitantes del mundo!<br />
— ¡Queridos hermanos!<br />
— ¡Les habla Sabium!