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— Desde pequeños nos enseñan a manejar la pólvora detonante, para que nos<br />
acostumbremos a los ruidos y horrores de la guerra, pero nuestro padre nos ha<br />
enseñando que el ruido no hace bien… y el bien no hace ruido.<br />
— Mira Galaxia: no me vas a creer. Yo tengo un amiguito que le falta un ojo y, a un<br />
compañerito de Matilda, le faltan tres dedos. Esto debido a la pólvora que le regalaron<br />
sus padres para que se quemaran; ellos, como mayores, sí sabían el peligro.<br />
EL PLANETA ALBORADA<br />
— Al contrario —explico Galaxia—, en nuestro mundo los ancianos son muy<br />
respetados por todos. Ellos renuncian a toda actividad y se dedican a la meditación y<br />
contemplación de La Naturaleza, disfrutando de la sabiduría obtenida en su larga vida.<br />
Gozan de todas las comodidades y son objeto del máximo cuidado y veneración.<br />
-¿Cómo es tu planeta? –preguntó Matilda.<br />
— ¡De fantasía! para ustedes sería como llegar al país de las hadas. En Alborada no<br />
hay ladrones ni nadie que haga mal a los niños. Podemos dar la vuelta completa<br />
alrededor del planeta, sin compañía de nuestros padres, porque todos nos quieren y<br />
nos cuidan. Nos transportamos en ―Vilox‖.<br />
— ¿Qué es eso? —Preguntó Dylan—.<br />
— Lo que equivale a los automóviles –respondió Galaxia—.<br />
—Ustedes deben ser muy ricos. ¿Cuántos Vilox de esos tienen? Preguntó Matilda.<br />
—Nosotros no somos ricos ni pobres: Allí no existe el dinero.<br />
—Todos tenemos lo que necesitamos y podemos usar el vilox cada vez que sea<br />
necesario —explicó Galaxia—. Y agregó: el dinero sólo es útil para la explotación del<br />
hombre por el hombre.<br />
— ¿Son muy difíciles de manejar los vilox? –Preguntó Dylan—.<br />
— Se manejan solos; nunca se chocan ni ocurren accidentes. No atropellan a nadie, no<br />
se varan ni echan humo, y se desplazan a una gran velocidad —explicó Galaxia—.<br />
— ¡Caramelos! —Exclamó Matilda— si estuviera allá montaría todo el día en vilox.<br />
— ¡Los invito a nuestro planeta Alborada!<br />
—Pero… ¿y tu padre qué diría? —pregunto David.