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Microrrelatos<br />
Qué sería yo sin mi mujer<br />
Lucía se coloca encima mía, justo sobre mis rodillas.<br />
Me coge por el cuello, me acerca a su<br />
boca y empieza a hacerlo cómo a mi me gusta:<br />
primero, me la pone tiesa, con delicadeza, poniéndola<br />
a punto para lo que viene después. Entonces, con<br />
habilidad, la mueve de un lado a otro, por aquí, por allá,<br />
hacia abajo, hacia arriba, siempre sin perderme de vista…<br />
y por fi n, sonriente y complacida –igual que yo-, remata su<br />
preciso ejercicio con un último y certero movimiento. Aliviado<br />
–qué sería yo sin mi mujer-,<br />
me voy a trabajar. El nudo<br />
ha quedado perfecto.<br />
Cinco letras<br />
Mis amigos<br />
me decían<br />
que era un<br />
maldito romántico<br />
y que estaba loco por<br />
escribir el nombre de mi chica<br />
cada vez que accedía a una página:<br />
¿No puedes usar una contraseña<br />
con números, como<br />
todo el mundo? Pero, a mí me<br />
gustaba hacerlo. Así era yo.<br />
Para mí, era como tenerla ahí<br />
cada dos minutos: su fragancia<br />
atrapada en una palabra…<br />
Pero, con el tiempo, aquello<br />
terminó y conocí a Laura, también<br />
de cinco letras, y que hoy<br />
por hoy es mi mujer.<br />
¡Ay si se enterara!<br />
Clic<br />
Mi hermano es un tipo extravagante de<br />
esos que se encierran en la habitación<br />
mientras fi losofean sobre nuevos conceptos.<br />
Talento tiene, de eso no hay<br />
duda y según dice, uno de sus mayores logros es un original<br />
lenguaje que permite expresar con exactitud fenómenos<br />
poéticos e indescriptibles. No suena nada mal, la verdad.<br />
Así, en su diccionario, la alegría experimentada tras una larga<br />
espera equivale a un ¡Din-don!, el paso del tiempo a un<br />
¡Tic-tac!, un bello amanecer a un ¡Quiquirikiiii!, la muerte a<br />
un ¡Ssssss! eterno, el odio a un ¡Bum! y los orgasmos a un<br />
efusivo ¡Mmm!…<br />
Lástima que haya olvidado incluir también, el que defi ne<br />
su triste soledad.<br />
Cupido: Inventor del limpiaparabrisas<br />
Acababa de cerrar la puerta. Aquella de madera<br />
que carcomía sus lados. El portazo<br />
anunciaba que las cosas no iban bien. Mi<br />
concentración se mojó con el contacto del<br />
agua que bajaba desde arriba. Las gotas resbalan a través de<br />
mi cuerpo: llovía copiosamente.<br />
Por mi cabeza sólo caminaba una idea: dejar a Lucía, pero<br />
no lo tenía del todo claro. Dudaba, siempre dudaba: decírselo<br />
ahora o callar para siempre. Yo la quería: me afi rmaba a<br />
mí mismo con la cabeza. Mientras, por la calzada circulaban<br />
bajo la lluvia intensa coches, muchos coches. Todos siguiendo<br />
el mismo criterio. Todos dirigidos<br />
por el veredicto de sus<br />
limpiaparabrisas: aquellos que<br />
se movían de izquierda a derecha.<br />
Un movimiento obsesivo<br />
que negaba, que me animaba a<br />
renunciar a mis pretensiones de<br />
dejarla. Los coches insistían en<br />
su empeño. No vacilaban. Se<br />
mostraban imperativos. Eran<br />
muchos. Eran como un no lo<br />
hagas persistente. Las dudas<br />
ante tal insistencia me obligaron<br />
a replantearme las cosas.<br />
La decisión estaba tomada:<br />
abandoné. Cerré los ojos y di<br />
media vuelta.<br />
Caminaba con las manos<br />
abrigadas en los bolsillos y con<br />
paso indeciso. Antes de abrir la<br />
puerta regalé unos segundos a<br />
la refl exión:<br />
-Cupido: inventor del limpiaparabrisas-<br />
pensé en un acto<br />
de lucidez mientras esbozaba<br />
una sonrisa contenida.<br />
Lucía seguía siendo mi novia.<br />
Daniel Sánchez<br />
http://microrrelatosapeso.blogspot.com/<br />
http://revistamicrorrelatos.blogspot.com/<br />
Fotografía de LJC: Boceto de Vinea, Víctor Ochoa,<br />
Bodega Museum, Cigales, Valladolid<br />
<strong>Revista</strong> <strong>Atticus</strong> 77