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Cristóbal Colón - Universidad de Sevilla

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- 338 -<br />

<strong>de</strong> la expedición: el estado lamentable y peligroso <strong>de</strong> los<br />

buques, el temporal cada vez más furioso y persistente y<br />

la enfermedad <strong>de</strong> gota que volvió á recru<strong>de</strong>cérsele al Almirante,<br />

todas estas causas fueron poco á poco entibiando<br />

la fe que sentía <strong>de</strong> encontrar el paso que buscaba, para<br />

dar en el mar <strong>de</strong> las Indias orientales.<br />

En su virtud, juzgó pru<strong>de</strong>nte hacer alto en el camino y<br />

volver á Veragua, para rescatar cuantas riquezas pudiera,<br />

á fin <strong>de</strong> que no pareciese tan infructuoso el resultado <strong>de</strong><br />

aquella expedición.<br />

Durante todo el mes <strong>de</strong> Diciembre, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> el día 5, que<br />

abandonaron el puerto <strong>de</strong>l Retrete, hasta el 6 <strong>de</strong> Enero<br />

<strong>de</strong> 1503, que dieron fondo en el río Belen, llamado por los<br />

indios Yebra, continuaron los temporales azotando los<br />

costados <strong>de</strong> las frágiles embarcaciones. «La mar, según la<br />

<strong>de</strong>scripción <strong>de</strong> <strong>Colón</strong>, hervía á veces como una inmensa<br />

cal<strong>de</strong>ra; otras levantaba montañas <strong>de</strong> ondas cubiertas <strong>de</strong><br />

espuma. Por la noche parecían las procelosas aguas olas<br />

<strong>de</strong> llamas, á causa <strong>de</strong> las partículas luminosas que cubren<br />

su superficie en aquellos mares; y por toda la corriente<br />

<strong>de</strong>l golfo.<br />

Un día entero y una noche resplan<strong>de</strong>cieron los cielos<br />

como una dilatadísima hoguera, vomitando sin cesar<br />

haces <strong>de</strong> relámpagos, en tanto que los aterrados pautas<br />

creían el retumbar profundo <strong>de</strong> los truenos, cañonazos <strong>de</strong><br />

socorro que sus compañeros les pedían. Todo este tiempo,<br />

dice <strong>Colón</strong>, vertían los cielos, no lluvia, sino como otro<br />

segundo •b diluvio. Casi se ahogaban los mareantes á bordo<br />

<strong>de</strong> sus propios bajeles. Pálidos y muertos <strong>de</strong> temor y fatiga,<br />

no esperaban ya remedio; se confesaban sus pecados<br />

mutuamente, y se preparaban para la muerte; muchos la<br />

<strong>de</strong>seaban en su <strong>de</strong>sesperación como alivio <strong>de</strong> tan crecidos<br />

horrores.»<br />

«En medio <strong>de</strong> aquel furioso tumulto <strong>de</strong> los elementos—<br />

continúa Irwing—vieron otro objeto <strong>de</strong> pavor. Se agitó<br />

el Océano pronta y extrañamente en un sitio. Se enroscó

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