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Estudios Revista Ecléctica. Número 69 - Christie Books

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ESTUDIOS 33<br />

Al sentir la caricia tibia del astro, la joven sonrió, sus párpados fueron abándose con lentitud,<br />

Y a un brioso empuje de sus píes y de sus rodillas, cayeron las sábanas, dejando en franca desnudes<br />

aquella carne domadora de hombres y de públicos.<br />

—¿Preparo el baño?—preguntó la doncella.<br />

—Sí. ¿Han venido cartas?<br />

—Como siempre. A docenas. Encima del secreter las puse.<br />

—Tráetelas.<br />

Beatriz, cogiendo del mueblecito la bandeja de plata en que estaba la correspondencia, la<br />

entrego a su señora. Esta sacó, de entre las hojas de un libro que había en su mesa de noche, una<br />

plegadera de marfil, y comenzó a rasgar los sobres.<br />

—¡De Garantiza!—murmuró, arrojando al suelo, sin concluirla de leer, la carta primera que<br />

abrió—. Me pide perdón por su enfado de anoche, y me suplica que le autorice para venir a tomar<br />

el té y para acompañarme al vermoutñ. ¡Valiente majadero! ¡Si no fuese tan rico!... ¡Seguramente<br />

supone que Juanito subió conmigo a casa!... ¡Que sufra! No seré yo quien le desengañe. Así se<br />

emperran más. Garantiza me trae esta tarde un obsequio.<br />

—¡Diga usted que sí, señorita!—respondió la doncella desde el cuarlo de baño, inmediato a la<br />

alcoba—. ¡A los hombres, a zapatazos!...<br />

—¡Oh!—continuó La Perla, abriendo cartas y más cartas—. ¡Eche usted declaraciones y ofrecimientos!...<br />

Seis, siete... ocho... Como dijera a todos "Sí", ro iba a tener bastante con las veinticuatro<br />

horas del dh. Pues ¿y ios empresarios?... Me reclaman en nombre de sus públicos, que<br />

están deseando aplaudirme. "¡Pida usted por esa boca!"—escriben casi todos—. Este de América<br />

me hace proposiciones que conviene estudiar. No me seduce pasar el charco; pero hay que<br />

pasarlo alguna vez, y cuanto más joven, mejor. Por supuesto, tú vendrás conmigo.<br />

—Iré donde mande la señorita.<br />

—Sí, porque mi madre... Mejor es que n=>díe la conozca. Mi padre... Como no lo lleve a<br />

América en clase de bocoy. ¡Curda más asqueroso!... La verdad es que mi familia vale bien<br />

poquito. Por supuesto, igual sería yo, sí Enrique no me hubiese cogido por su banda, educándome,<br />

civilizándome, haciendo de mí una mujer completamente nueva. ¡Mucho tengo que agradecerle!<br />

—Agradéscáselo a usted misma. Ni él la hizo a usted guapa, ni le dio esa gracia y ese talento<br />

y esa voz que vuelve locos a los públicos.<br />

—Cierto; pero sin él, ni yo ni nadie nos hubiésemos enterado. Por eso le quiero, y, ocurra lo<br />

que ocurra, siempre que venga a mí será el preferido; y siempre que me necesite, todo cuanto yo<br />

tenga estará a su disposición. ¿Que es un charrán? Bueno. ¿QOQ a veces me sangra el bolsillo a<br />

todo chorro? Porque lo necesita. Cuando lo gana, no lo viene a pedir. De todas suertes, él me sacó<br />

de aquella vida. ¡Qué vida la de entonces! —murmuró con angustia.<br />

Mientras Be3triz preparaba el baño, y el agua caía dentro de la tana de mármol, en espirales<br />

bullangueras, el ayer de La Perla fue desfilando como una cinta cinematográfica por entre los<br />

oros del sol.<br />

Primero su infancia, transcurriendo en una casucha del Puente de Toledo, entre una madre,<br />

lavandera huraña y soez, y un padre, mozo de cuerda, siempre borracho, siempre con los puños<br />

dispuestos a batanear a la madre y a la hija. El hermano único de Juana no recibía tantos golpes<br />

del padre. ¿Por cariño de éste? Porque los sabía esquivar, y apenas aportaba por el domicilio<br />

común, viviendo, en unión de otros golfos, de la busca y del mendigueo.<br />

Aquel hermano desapareció pronto de Madrid, y nunca más se supo de él.<br />

Quedaron los padres y la hija. Esta, una sanquilarga de ojos azules y cabellos rubios, inevitablemente<br />

sucios y enmarañados, ayudaba a su madre en el lavoteo y porte de la ropa. Por el<br />

remoquete de "La Mocosa" la conocían en el barrio. Y tenía bien merecido el alias, porque nunca<br />

faltaban arroyuelos gelatinosos en el trayecto que separaba su nariz de su boca.<br />

Mal alimentada, recibiendo de sus engendradores trato peor que el alimento, vestida de harapos<br />

y llena de churretes, fue creciendo la niña. Por escuela tuvo los clásicos lavaderos del Manzanares,<br />

los desmontes de las Vistillas y las charcas del Puente; por ejemplos, los que le ofrecían,

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