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Estudios Revista Ecléctica. Número 69 - Christie Books

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Al finaltear el espectáculo el entusiasmo desbordó. Ramos y más ramos de flores inundaban<br />

la escena; blanquísimas palomas, adornadas con cintas de todos colores, revoloteaban en torno<br />

de la actriz. Ella, con las manos sobre el corazón y los ojos llenos de lágrimas, saludaba a su<br />

público, que no cesaba de aplaudir, negándose a abandonar la sala, prolongando la ovación<br />

a su favorita.<br />

Cuando La Perla regresó al camarín, hubo de abrirse paso, no sin dificultades, entre los<br />

cientos de admiradores que se apiñaban en los pasillos para confirmar su éxito, para acompañarla<br />

con aplausos y vivas hasta donde la aguardaban sus íntimos.<br />

—¡Un momento, por piedad, un momento!--balbuceó, dejándose caer en una butaca—. ¡Estoy<br />

rota! Es una emoción demasiado fuerte. ¡Que público tan bueno!... ¡No merezco ni la milad! ¡Gracias!<br />

¡Gracias a todos!...<br />

En su rostro, transfigurado por el triunfo, temblaba la sangre, extendiendo sobre la piel<br />

matices color rosa; sus labios sonreían, y sus ojos, sus divinos ojos esmeralda, miraban sin ver,<br />

abstraídos en la evocación de aquella sala donde miles y miles de espectadores acababan de<br />

proclamar su soberanía.<br />

El camarín era una exposición de flores, de joyas, de artísticas y valiosas ofrendas. "Cestos"<br />

monstruosos se amontonaban a lo largo de las paredes, encima de las mesas, entre las sillas, en los<br />

ángulos del recinto.<br />

Sobre un largo tablero, acondicionado exprofeso para recibirlos, estaban los otros regalos,<br />

las joyas, los objetos de arte... Entre los primeros sobresalía un aderezo de esmeraldas ofrendado<br />

por Garantiza. Entre los segundos, un busto de La Perla modelado por famoso escultor. De Juanito<br />

eran unos pendientes de rubíes. Presas en un broche de berilos campeaban dos hermosas camelias.<br />

Tarjeta alguna decía quién fuese el autor de tan delicado homenaje.<br />

—Supongo—exclamó Garantiza, luego que pasaron unos minutos, los precisos al reposo de<br />

su adorada—que tu cansancio no nos privará del champagne de honor que te hemos preparado<br />

en el Ideal Room...<br />

—¡De ningún modo!— respondió La Perla—. La alegría no mata. Ya estoy completamente<br />

bien. En un periquete me cambio de ropa y voy a reunirme con los invitados e invitadas. No se<br />

olviden, los que tienen ese papel, de recoger a mis compañeras y de conducirlas al banquete. En<br />

el Ideal nos reuniremos. Ahora, despejen. Tú me acompañarás, Alberto—añadió, dirigiéndose<br />

a Garantiza.<br />

—¿Y yo no puedo acompañarte?—dijo un nuevo admirador, que en traje de viajero acababa<br />

de presentarse en el camarín.<br />

—¡Enrique!—gritó La Perla, dirigiéndose hacía el recién llegado, con los brazos de par en par<br />

abiertos—. ¡Tú!... ¡Sin avisar!...<br />

—No he querido hacerlo, a fin de darte una sorpresa; pero cuidé de enviar como heraldos<br />

esas dos camelias.<br />

—¿Son tuyas?<br />

—Mías. Encargué a Fernando que te las mandase sin indicar la procedencia. Quería entregártelas<br />

en persona cuando bajaras del escenario. El rápido tuvo la culpa. Llegó con retraso de<br />

dos horas. De suerte que ni tiempo a mudar de atavío; desde la estación derechito aquí en un<br />

automóvil. Conste que hice el viaje exprofeso para asistir a tu beneficio.<br />

—¡Gracias, Enrique, gracias!...<br />

Y La Perla apretaba cordíalmente, fraternalmente, las manos de aquel hombre, del músico ya<br />

ilustre, que glorificaba el nombre de España en los extranjeros países, y que años atrás fue algo<br />

más que su amante, el hombre que la sacó de la abyección y de la miseria, abriéndole el fastuoso<br />

camino que hoy recorría tríunfalmente.<br />

—Ya saben todos estos señores—continuó la tonadillera—que siempre, siempre ocupas el<br />

primer lugar en mi afecto. Este caballero—agregó, dirigiéndose a sus tertulios—es el gran artista<br />

don Enrique Alvarado. Todos ustedes me han oído hablar de él. Gracias a él soy quien soy, y<br />

pueden ustedes alternar conmigo. Por supuesto que nos acompañas al Ideal Room.

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