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Estudios Revista Ecléctica. Número 69 - Christie Books

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amén de las vecíndonas y las crías de las vccindonas, la lavandera blasfemante y el mozo de<br />

cordel alcohólico. Así fue creciendo, espigándose, hasta que una noche primaveral, no siendo<br />

plenamente mujer, un golfo, cualquiera- al presente ignoraba sus señas y su nombre—, se adueñó<br />

de la muchachuela, y pudo llamarla "mí fulana", corno ella a él "mi fulano".<br />

Poco duraron aquellos amoríos; otros les siguieron, que la chica dio en ir de golfo en golfo,<br />

sin conceder importancia a los cambios.<br />

Esta perversión, nada productiva, llegó a preocupar a los padres y a hacerles caer en la<br />

cuenta de que puesta a andar en malos caminos, debía la muchacha andarlos con provecho y<br />

levantando algo más que polvo a cada tropezón que diera.<br />

También cayeron entonces en la cuenta de que su hija estaba hecha una buena moza, y de<br />

que trajeándola algo decentemente y obligándola a lavarse unas miajas, a sonarse los mocos y a<br />

quitarse del pelo liendres y enredijos, llamaría la atención de los hombres, porque tenía el busto<br />

saliente, el talle gentil, la dentadura blanca y los ojos envidadores.<br />

No fue difícil convencer a la mosa; algo más difícil resultó entrarla por las vías de un relativo<br />

aseo. Una vez en ellas, previas formales estipulaciones que la lavandera y el mozo de cordel<br />

suscribieron con "la Zeneque", maestra en tercerías, abastecedora de juventudes con destino a los<br />

tratantes y matarifes que pueblan la calle de Toledo, acogió aquélla a la neófita en su casa.<br />

jY qué casa la de "la Zeneque"!<br />

En una encuesiada y angosta callejuela, ababa sus muros ruinosos. La puerta, de una sola<br />

hoja, daba acceso a una pequeña habitación que, debiendo ser portal o, todo lo más, recibimiento,<br />

convirtió la dueña, por méritos de su cercanía a la calle y de su extensión espaciosa, en salón<br />

de visitas.<br />

Una mesa-camilla, cubierta de tapete rojo con ramos amarillos, abábase en el centro, frente<br />

a la puerta de entrada.<br />

Era, esta mesa, mueble absolutamente necesario en el prostíbulo,- bajo ella poníase el brasero<br />

los días invernales; asentaban a su alrededor "las pupilas", a entretener su aburrimiento, en las<br />

horas de escaso negocio, revolviendo los naipes sobre el tablero, unas veces jugando a la raposa,<br />

otras haciendo solitarios o siguiendo, con supersticioso interés, las predicciones de "la Zeneque",<br />

doctora en el arte de "echar las cartas".<br />

Servíase en dicha mesa las comidas. En las horas del aseo, se transformaba en tocador. Colocaban<br />

las mujeres los espejos de mano sobre el tapete, donde se confundían peines mellados, horquillas,<br />

postizas pelambreras, corchos quemados con que tiznar los ojos, lápices de carmín con<br />

que pintar labios y mejillas, botes de polvos y menjurjes estucadores de la cara; todo ello necesario<br />

a la mejor presentación de la mercancía.<br />

Frente a la mesa, en el muro del fondo, una vieja cómoda lucía un San Antonio, preso en una<br />

campana de cristal. Remataban el mueblaje unas cuantas sillas semirrotas.<br />

Como adorno, veíanse, pegadas a las paredes, oleografías de periódicos ilustrados, con retratos<br />

de toreros y cupletistas.<br />

Una escalera de desiguales escalones daba acceso al piso superior, donde, unos cuartos pequeños,<br />

mal ventilados, y unas camas de sábanas poco limpias y colchas de percal esperaban a<br />

sus alquiladores.<br />

Allí vivió Juana, bajo el imperio soberano de "la Zeneque", entregándose a las brutales solicitudes<br />

de matarifes, tratantes y soldados.<br />

¡Y menos mal, mientras los hombres llegaban pacíficos y sin ganes de escándalo!<br />

Pero eslo sucedía pocas veces; los más entraban en la casa dando tumbos; sobre todo los<br />

sábados. Era día de cobro. ¡Entonces, entonces sí que había que tener paciencia para soportar a<br />

los parroquianos, borrachos como cubas, y oír sus maldiciones y sus juramentos!<br />

¡Y sí todo en palabras quedase!... Pero no faltaba el borracho a quien se le iba el alcohol a<br />

las manos haciéndolas subir, no precisamente para acariciar, al rostro de las hembras. No faltaban<br />

tampoco las juergas, rociadas con vino malo y aguardiente peor, animadas por chistes soeces y<br />

por canallescos cantares

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