Estudios Revista Ecléctica. Número 69 - Christie Books
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ESTUDIOS 37<br />
¡A mí qué,<br />
a mí qué,<br />
si por mi cuerpo<br />
se pierde usted!<br />
Yo también me perdí<br />
y ninguno tuvo<br />
lástima de mí...<br />
III<br />
La noche del beneficio el teatro rebosaba público. Localidad hubo que se adquirió por diez<br />
veces el precio. En algunos palcos formaban los hombres racimo. En las localidades altas entraban<br />
las personas a cufia. El vaho de la respiración formaba, a ras del techo, una opaca neblina.<br />
Las cocotas de más renombre lucían en las plateas y entresuelos sus trajes llamativos, sus<br />
espléndidas joyas, sus carnes barnizadas por el afeite. Los acompañantes de estas hembras, vestídos<br />
de frac, puestos detrás de ellas en píe, conversaban en alta voz, mientras ellas dirigían sus<br />
gemelos en todas direcciones, saludando a los íntimos, pasando revista a sus compañeras de<br />
oficio, haciendo mil gestos y arrumacos para atraer la atención.<br />
No faltaban en algunos palcos señoras, verdaderas señoras, que acudían al espectáculo solicitadas<br />
por la fama de la tonadillera. Las acompañaban sus maridos, graves y sesudos señores, que,<br />
fingiendo acceder al capricho de sus consortes, se daban, una vez más, el gusto de contemplar y<br />
ovacionar a la deliciosa mujer que traía a Madrid revuelto.<br />
Y todo Madrid, el "todo Madrid" de las gacetillas, llenaba el teatro la noche del beneficio de<br />
La Perla.<br />
Sonaron los timbres; rompió la orquesta en sensuales acorde?; se hizo el silencio, alzóse el<br />
telón y la beneficiada se presentó en el escenario.<br />
Una salva ensordecedora de aplausos acogió su presencia. Ella, conmovida, palideciendo<br />
bajo el colorete, se dobló sobre la cintura en cortesía humilde, en reverencia a su verdadero<br />
señor, al único a quien respetaba y temía: al público.<br />
Vestía La Perla un fantástico traje azul, una combinación de gasas que a cada movimiento<br />
descubrían una desnudez.<br />
La dueña de tantas y tan ricas joyas no ostentaba ninguna. Su adorno exclusivo eran flores.<br />
Un collar de rosas liliputienses descolgaba por su garganta en hilillos color de sangre; una diadema<br />
de pensamientos formaba sobre el oro de sus cabellos prodigiosos esmaltes; dos anchas pulseras<br />
de claveles bermejos y amarillos ceñían sus brazos; sus dedos, libres de sortijas, se apoyaron<br />
contra el corazón en testimonio de gratitud honda; después subieron hasta la boca, y recogiendo<br />
de los labios un beso, lo lanzaron contra la sala, con voluptuoso ademán de abandono y entrega.<br />
Ya no fueron aplausos; fueron aclamaciones estruendosas, en cuyos acentos vibraban ansias<br />
de posesión, las que respondieron a la caricia de La Perla. Esta, con picara sonrisa, llevando un<br />
índice a su boca, invitó al silencio. Inmediata fue la obediencia; preludiaron los músicos una<br />
canción y la copla subió al espacio, modulada per la voz vibrante de la tonadillera.<br />
Tenía aquella voz, refiriendo una obscena aventura, tonos virginales que, uniéndose al gesto<br />
candoroso, a las actitudes inocentes, adoptadas en los pasajes más escabrosos por la actriz, daban,<br />
por el contraste entre lo que se decía y el cómo se decía, mayor erotismo al relato, despojándolo<br />
de la desvergüenza vulgar, empleada por otras cantantes del género.<br />
Esta ÍHgenuídad, estas actitudes y entonaciones de mozuela candida que refiere lo que ha<br />
oído contar, sin comprender su intención y su alcance, constituían uno de los grandes secretos<br />
de La Perla para entusiasmar a sus públicos. Añádanse a ello su hermosura, su gracia señoril, su<br />
elegancia, y se comprenderá fácilmente la supremacía que gozaba sobre sus compañeras.