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Estudios Revista Ecléctica. Número 69 - Christie Books

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procediera a una operación, si arriesgada, única que ofrecía probabilidad de éxito, dado caso que<br />

no fuera ya tarde.<br />

Veinte días iban transcurridos desde entonces, sin que los medicamentos consiguieran vencer<br />

la fiebre y restaurar las fuerzas de Juana. Celebróse nueva junta de médicos y resolvieron que,<br />

a pocos días, y a todo riesgo, se intentase la operación. El médico de cabecera indicaría el<br />

momento a su juicio más favorable.<br />

No hay para qué decir que durante aquellos veinte días la lista puesta en el portal contaba<br />

por millares las firmas y por resmas los pliegos; en las bandejas se amontonaban las tarjetas.<br />

Acudían gentes de todas clases, altas y bajas. Al fin y a la postre la tonadillera pertenecía a<br />

todos y justo era que todos se informasen de su salud.<br />

Recibir, por mandato expreso de Juana, no se recibió a nadie, hecha excepción de Enrique.<br />

El mismo Garantiza se halló privado de ver a la enferma.<br />

—¿Para qué ha de venir eí conde?—dijo La Perla a Enrique—. Ese hombre sólo apetece mí<br />

hermosura; ahora estoy feílla. Recibiría una mala impresión. Vale más que se quede con la otra,<br />

con la que le hace arruinarse por mí. Si me restablezco, tiempo le queda de volver. Si me üeva<br />

Dios, ¿a qué recibir la visita de Dios con ese imbécil en la alcoba? Tú eres distinto, Enrique. El...<br />

Sí yo quedase sin belleza y sin voz, como si no me hubiera visto en el "jamás de los jamases".<br />

Tampoco quiso recib : r a sus padres, que llegaron presurosamente al hotel, no por afecto, por<br />

ansia de instalarse antes y con antes en aquel "palacio", que la muerte de su hija les traería en<br />

herencia; por miedo a que otras ¡nanos que las suyas anduvieran con los billetes y los duros y se<br />

introdujeran, caso de sobrevenir una desgracia, en los cajones de los aparadores, en los estuches<br />

de las joyas, en los armarios para ropa blanca y vestidos, en la caja de oro con incrustaciones de<br />

marfil donde La Perla guarda el numerario y los resguardos y talones que acreditaban los miles<br />

de pesetas impuestos en las oficinas del Crédit.<br />

"Nadie con más derecho que ellos a estos bienes sí la chica estiraba la pata. ¡Así ocurriera la<br />

desaboricíón dentro de cien años, que ellos vivían ricamente, a boca qué pides! Pero vaya, que<br />

de haber "réquiem", por el buen parecer y por mor del arreglo de los asuntos, ninguno como<br />

ellos, que la habían hecho, mantenío y educao."<br />

Se hubieron de quedar con las ganas; su hija dispuso que siguiera atendiéndose al vivir de<br />

sus padres y que se les diera noticias diarias de su estado, pero a condición de que el dinero y<br />

las noticias los recibirían en su casa, sin añadir nuevos espectáculos tristes al que ofrecía<br />

la doliente.<br />

Menester les fue conformarse. Lo hicieron, no sin protestar de lo que llamaban desatención y<br />

falta de cariño.<br />

A quien se concedió entrada libre en el gabinete y en la alcoba de Juana fue al pobre Juanito.<br />

Allí se pasaba las horas atento, servicial, con actitud melancólica de perro fiel que ve sufrir a<br />

su amo.<br />

—Este, sí; éste puede verme a diario—murmuraba La Perla, estrechando amorosamente las<br />

manos de Enrique entre las suyas—; para él, aunque la dolencia me convirtiese en un vestigio,<br />

seguiría siendo una beldad. ¡Qué una beldad! Su diosa. El infeliz me adora con igual devoción<br />

que adoran los salvajes a su ídolo.

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