Estudios Revista Ecléctica. Número 69 - Christie Books
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Todos los hombres que no tienen nada<br />
que decir propio, personal, parido por su pensamiento<br />
con dolor y angustia, que luego se<br />
tornan placer y alegría ante el fruto logrado,<br />
se dedican a la erudición, es decir, a hacer<br />
indigestos los pensamientos ajenos, a empañar<br />
su clara virtud con notas y comentarios ayunos<br />
de valores de calidad, como hijos de cerebros<br />
infecundos.<br />
Los textos de Shakespeare, en Inglaterra;<br />
de Goethe, en Alemania; de Rabelais, en Francia;<br />
de Dante, en Italia; de Cervantes, en España,<br />
están manchados por la prosa muerta de<br />
muchedumbre de eruditos, de hombres que<br />
jamás experimentaron el goce de crear ni la<br />
sombra de una idea.<br />
Dicen que estos comentaristas son muy<br />
útiles a la república de las letras. Se les llama<br />
pacientes trabajadores y otras cosas semejantes.<br />
Dudo de que se haya probado la utilidad<br />
auténtica de este trabajo pacienzudo. Lo contrario<br />
estaría más cerca de la verdad. El erudito<br />
es una planta parásita, que vive de ajena<br />
vitalidad. La sola existencia de la planta parásita,<br />
es ya perjudicial. Mucho más cuando<br />
envuelve y casi sepulta a la planta de que vive<br />
con su vegetación exuberante, y sabido es<br />
cuan fácilmente crece y se desarrolla todo lo<br />
parasitario. La encina es recia. La hierba que<br />
nace alrededor de ella logra a veces cubrirla,<br />
ocultarla, incluso dar la sensación de que la<br />
encina no existe. Los dos volúmenes del Quijote<br />
han dado materia a algún erudito, no<br />
para otros dos: para cinco. Y es posible que<br />
aun estos cinco se dupliquen.<br />
Ningún gran hombre escapa a esta plaga.<br />
Cuanto mayor sea el ímpetu con que se lance<br />
a crear, más propicio es para alimentar esa<br />
especie de gusanos que son los eruditos. Podría<br />
citar ejemplos típicos de encinas que han<br />
sido cubiertas por la frondosidad pomposa,<br />
sin huesos ni nervios, de la prosa de los parásitos.<br />
Cada día sucede con más frecuencia este<br />
infausto acontecimiento. Muchos grandes es-<br />
GACETILLA<br />
critores contemporáneos están amenazados de<br />
ese castigo. Su claridad quedará así empañada<br />
para siempre. Los lectores futuros se verán<br />
privados de admirar su limpidez, pues es indudable<br />
que, como ha sucedido con el Quijote,<br />
se harán ediciones en las que consten, en<br />
su lugar adecuado o inadecuado—esto no importa—,<br />
los comentarios eruditos. El texto<br />
original, bullidor como el agua de una fuente,<br />
y como ésta cristalino, cargado con tales comentarios<br />
se tornará indigesto, tanto más<br />
cuanto también la clara exposición del pensamiento<br />
oslará ya mezclada con el fango nauseabundo<br />
de las notas sin vida.<br />
Todo esto, sin embargo, tiene remedio.<br />
Queda el recurso de buscar las ediciones puras,<br />
aquellas en las que todavía no se ha cebado<br />
el parásito. Aun hay editores que publican<br />
el Quijote sólo con el texto cervantino. También<br />
habrá mañana quien, incluso en el bosque<br />
tupido de erudición que envuelva a un autor<br />
de hoy, a una encina, sabrá buscarla y mostrarla<br />
tal como sea. con su propio tronco y<br />
ramas y haciendo caso omiso de la hierba<br />
nacida en torno.<br />
El perjuicio evidente del erudito, en este<br />
aspecto, puede ser siempre evitado. Lo que no<br />
se evitará jamás es otro perjuicio mayor que<br />
trae aparejado esa profesión, o lo que sea: la<br />
psicología detectivesca. El erudito, en efecto,<br />
no es más que esto: un detective que ha interpretado<br />
mal sus cualidades. Esa busca y rebusca<br />
del dato, pasa de los textos célebres a la<br />
vida cotidiana. Hasta en las conversaciones de<br />
los amigos y en las cartas, encuentra el erudito<br />
materia para sus instintos de sabueso. Cita una<br />
frase de la charla o de la carta, con exactitud<br />
pasmosa, y ve siempre detrás de ella una significación<br />
oculta. Una ironía baladí del diálogo<br />
o del manuscrito, toma a sus ojos caracteres<br />
imponentes. Y es capaz de escribir, alrededor<br />
de aquella frase o de esta ironía, centenares de<br />
cuartillas, siguiendo su proceso como un<br />
paciente trabajador. Hay que advertir a la