Estudios Revista Ecléctica. Número 69 - Christie Books
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ESTUDIOS 41<br />
Al acercar el vaso a su boca, los dedos de La Perla temblaron, abriéronse sus manos, dejando<br />
caer contra la mesa el tallado cristal, un estremecimiento agitó de alto a bajo su cuerpo, crispóse<br />
su rostro con una mueca horrible y cayó contra la silla, prorrumpiendo en un grito ronco, en un<br />
alarido de bestia agonizante.<br />
Antes que nadie, ni el más próximo, pudiera acudir en su auxilio, vino a tierra, retorciéndose<br />
en una tremenda convulsión.<br />
V<br />
En el gabinetito que el sol tenía costumbre de alegrar todas las mañanas con sus carcajadas<br />
de lun, y que las lámparas eléctricas, queriendo, en vano, competir con el sol, alumbraban espléndidamente<br />
de noche, reinaba una microscópica lucecilla, amortiguada en sus reflejos por doble<br />
pantalla de seda.<br />
En la alcoba, donde tantas veces abriera triunfalmente sus alas el amor, aleteaba entonces la<br />
muerte, asomando su rostro sin carne por entre las sombras que envolvían el lecho.<br />
Dentro de él, inmóvil, cubiertos los oros de su profusa cabellera por una gorrita de encajes,<br />
pálida, con enfermiza y amarillenta palidez, vacía, postrada por la calentura, La Perla. Sus labios<br />
resecos dejaban ir trabajosamente el aliento. Sus manos, caídas al largo del embozo, parecían<br />
marfil.<br />
Junto a la cabecera asentaba Enrique, aguardando el arribo del médico, que hacía dos visitas<br />
diarias. En el gabinete velaba Beatriz leyendo una historia folletinesca.<br />
Lo que al principio se juzgara indisposición pasajera, adquirió prontamente caracteres de<br />
grave enfermedad. La dolencia, según afirmó el médico, luego de reconocer con escrúpulo a<br />
Juana, venía de antiguo, disimulada por remedios caseros, por paliativos ineficaces que, en su afán<br />
de engañarse, empleaba La Perla con perjuicio de su salud.<br />
Ella propia lo confesó, no sin resistirse a hacerlo durante días y más días. Sólo por obedecer<br />
los mandatos de Enrique que la amenazaba con abandonarla si no se entregaba al examen y tratamiento<br />
de un afamado especialista, permitió que la reconocieran e hizo la historia de su mal.<br />
"Hacía mucho tiempo, mucho, dos años tal vez, que se adoloraban periódicamente sus entrañas.<br />
Al principio fue un dolor leve, como un alfilerazo, dado, por broma, a flor de piel. Poco a<br />
poco, despaciosamente, aquella molestia aumentó, no obstante el uso de ciertos remedios, hasta<br />
convertirse en un dolor agudo, igual al que sentiría sí la punzasen con un acero hecho ascua.<br />
"Desde algunos meses a entonces, los sufrimientos acrecían en dolor y en intensidad. Diríase<br />
que una fiera hambrienta hacía presa en sus entrañas, desgarrándolas con los dientes y con las<br />
uñas.<br />
"Ya le aconsejaron que se avistara con un especialista en tal género de dolencias, que arrostrara<br />
una operación, si ella era menester. Pero otros consejeros le decían que su mal no tenía importancia,<br />
que a desarreglos nerviosos había que achacarlo; que ciertas operaciones resultan peligrosas,<br />
con peligro de muerte, y que, aun salvándose, la reposición sería muy larga, muy difícil,<br />
acompañada de trastornos que podían inhabilitarla para su oficio, o al menos perjudicarla en él,<br />
haciéndola bajar de categoría y de rango.<br />
"De ahí que no se decidiera a un examen concienzudo y a adoptar el plan curativo que tal<br />
examen prescribiese. Ocultando a todos los progresos del daño, vivió, y hubiera continuado<br />
viviendo a no ser por el accidente de la noche de su beneficio y por la gravedad que la puso a<br />
punto de morir."<br />
Así habló La Perla, accediendo a los ruegos y a las amenazas de Enrique. Por su orden se<br />
avisó a una eminencia en la especialidad; celebróse junta de sabios, para más fuerza en el<br />
dictamen, y fue unánime acuerdo que, una vez restauradas las fueraas físicas de la paciente, se