Estudios Revista Ecléctica. Número 69 - Christie Books
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—¡Qué alegría para ella, volver a reinar en el entusiasmo de los públicos y en la adoración<br />
de los hombres!<br />
— Eso...<br />
—¿Qué?...<br />
—Para el arte y para el amor La Perla es mujer concluida. Sólo en fuerza de reposo, de<br />
tranquilidad, podrá resistir a la muerte. Además, ebía clase de operaciones matan la pasión y el<br />
goce y la belleza en la mujer.<br />
La Perla abrió los ojos y los puso en el rayo blanco de luz que penetraba por la abertura del<br />
portier.<br />
—¡Ah!... — dijo.<br />
En sus pestañas se cuajaron dos lágrimas.<br />
IX<br />
Como de costumbre, Juanito se retiró a su casa antes de amanecer. Procediendo él así, sus<br />
padres seguían engañados, y el mozo, apenas sonaban las siete, con el pretexto de sus estudios,<br />
salía de su hogar y se encaminaba nuevamente al hotel de La Perla, no sin hacer alto en una<br />
iglesia, para rogar al Señor Todopoderoso que conservase la vida de la tonadillera.<br />
Enrique, vencido por el sueño, se había echado, sin desnudarse, sobre un lecho dispuesto en<br />
la estancia vecina. Sor Claudia cabeceaba en el amplísimo sillón de cuero de Córdoba inmediato<br />
al lecho de la enferma.<br />
La lamparilla eléctrica, empalidecida por la doble pantalla, mandaba a la alcoba los reflejos<br />
lívidos de su luz.<br />
Juana, con los ojos puestos en las sombras amontonadas contra el muro, parafraseaba mentalmente<br />
las últimas palabras del cirujano:<br />
"Es cosa muerta para la belleza y el placer."<br />
¡De suerte que todo había concluido! Desde aquella hora, sí quería vivir, viviría ajena al<br />
dominio del público, al esclavísamiento de los hombres, al disfrute ele todos los éxitos, de todos<br />
los goces y de todas las opulencias.<br />
De La Perla triunfadora, dominadora, objeto de la admiración, del aplauso, de las más intensas<br />
pasiones, no restaría nada. A la vuelta de algunos meses sería un recuerdo,- después, ni un<br />
recuerdo, una mujer envejecida, inútil, viviendo con sus escasos ahorros en un campesino rincón,<br />
para aguardar la muerte a la lumbre de la chimenea de campana o bajo los rayos del sol, cernidos<br />
por los pámpanos de un parral.<br />
Este era el porvenir que la sentencia del doctor le brindaba.<br />
Para no verlo contrajo fuertemente sus párpados.<br />
Al cabo de un rato los alzó. Su imaginación y su voluntad iluminaron las sombras amontonadas<br />
contra el muro e hicieron desfilar por él, bajo una lluvia de átomos irisados, el espectáculo de<br />
la otra existencia, de la que aun no hacía dos meses gozó plenamente por vez última, cuando un<br />
público entusiasta arrojaba ramos de flores a sus pies; cuando cientos de admiradores se apretujaban<br />
en los pasillos del teatro, para recoger con pupilas ávidas los encantos de su cuerpo semidesnudo;<br />
cuando los íntimos la acompañaron en cortejo de honor; cuando, alzando a la atmósfera<br />
la copa de champagne, proclamó su triunfo entre un coro frenético de vítores.<br />
¡Y todo aquello no era ya! ¡Y lo tendría que dejar para siempre en plena juventud, a los veintisiete<br />
años!...<br />
¡Adiós el lujo con que deslumhraba a las gentes, provocando la envidia, no sólo de sus compañeras,<br />
de las grandes señoras!... ¡Adiós las adulaciones de los empresarios que acudían a ella<br />
con las escrituras en blanco, suplicándole, casi de hinojos, que les concediera unas cuantas funciones!...<br />
¡Adiós las horas felices, las más felices entre todas, de su aparición en los escenarios, de