ANO DOCE

W'__ La Consii/ució,z del -1io Doce 1255
—No, te ecjuivocas; yo no he renegado de esa santa religion a la
cual tü consagras los restos de tu alma lacerada por esa impalpable
injusticia qua otros ilarnan fatalidad; lo ünico que hago, as no
exponerme a qua ci angel del monte de lo Olivos i-nc conteste
pie es imposible apartar de mis labios ci cáiiz de la amargura.
—Pobre amigo mbl tan grancle as ci desierto de tu alma.
—Tan grande, si, quc la esperanza se asornó a éi, y al apreciar
a la simple vista su extensiOn enorme, huyO sin atreverse a atravesarlo;
los mismos recuerdos, ese pan del espIritu an la hora del
hambre, se pierden an éi y desaparecen y se bor ran dejando an las
heridas por ]as cualcs se abrcn puerta, un dolor tal, qua ci de la
mucrte no podr;i hacerse sensible al qua Ic padezca.
—Desventui-ado de ti! SI, desventurado, porque no hay desventura
mayor pie ci olvidar.
—Si, pero esa desventura as Ia puerta de una dicha niuy material,
pero dicha al fin.
—;Cuái es ella?
—La insensibilidad: ci hombre quo la alcanza cornpleta as la
roca en mitad de los mares: las olas qua levantan las tormcntas de
la vida so rompen en espumas contra ella, qua permanece fija,
firme, fuerte an ci centro de la movilidad, del combate y de Ia
lucha inUtjlcs.
—Pero esto no impidc quo toda esa fljeza, firmeza v fortaleza
Vneleri en fragmentos al choque de un rayo, qua para las aimas urnpasihies,
puede ser, por ejemplo, ci nombre de una mujer, ci de
una Remedios, verbigracia.
Llzai-dj Se puso en pie como agitado por una conmoción eke.
t nca; sus ojos rcdondeáronse por el asombro, y sus manos cruzát
onse sobre su corazOn, qua daha interrnitentes )7 fuertes golpes an
]as parades del pecho.
-Tiencs razOn,—dijo con tarda y arnortiguada voz,—hermano
rue has hecho mucho daflo!
sabe,—contestó Ochoa,—que te amo, no obstante, con
Odo ci arucir do una fraternal amistad.
e -Lo cr00, y rnás me lo hubieras probado clavándome un punai
fl "te corazón cuya agonia has renovado.
Luego ViVe aim ese corazOn?
creo quo sI.