ANO DOCE

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—Habrernos conseguido la mitad del triunfo si ese hombre no
se nos I)reSez3ta de improviso: ahora bien, usted, Sr. Lizarcli, se
encargará de ser el inruediato guardian de ml hija Remedios, y
para ello va usted a trasladarse en ci acto a su casa, de la cual por
ningin estilo dcbc usted salir: yo voy inmediatamente a habiar con
el vircy y a poner en juego toda mi influencia, todo el ascendicnte
de que gozo sobre su ánimo.
—Senores,—afladió D. Alvaro, disponiéndose a salir,—que Cl
cielo nos ayude.
Pocos momentos despuds, cada uno de nuestros tres amigos
habIa ido a desempcfiar su respectiva misión.
Mientras todo esto sucedIa, un hombre liego a la puerta de Ia
casa de D. Alvaro, se la hizo abrir, y ci portero at verle Ic saludó
diciéndole:
—Salud, capitán Centeilas, bien venido sea usted, tanto rnás
cuanto que mi señor D. Alvaro nos habia dicho ya que en nuestras
oraciones rogáramos at diablo que tratase a usted con consideradon.
—Segtin creo, por muerto me disteis.
—SOlo asI podIamos explicarnos Ia tardanza de la veelta.
—Pues no habéis andado mnuy lejos de la rcaIiJai.
—Sf, ;eh?
—Pero dime, Lucas, ;estI en casa D. AIvare
—No, capitán.
—Pues ;dónde anda
—Sépalo el diaH.
...—;Cómo es eso
....-..-Iesde liace ds has e an ara en casa !11 Wi flI'fl1
—;Hace dos dIas que no Ic vcs
—Es decir, dos dIas completos no, mi capitán: esta mañana vIriO
a casa, trayendo debajo de la capa un buito pequeflo, una caja de
madera apenas de una cuarta en cuadro: me Ia entregd para que la
subiera a sus habitaciones, y aunque la tal caja no pesaba ni media
libya, me pareciO que D. Alvaro se mostraba muy satisfecho de
ella.
—Sabes de dOnde procede esa caja?
—No, mi capitan: sin embargo, pudiera haberla sacado de la caca
de D. 1 Rerne lios. pus ia rnis de quince dais que no hace mas quC