ANO DOCE

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Ia ünica a quien he puesto al tanto do ello: csta misma noche iris
A verla con ella conversaras, y después...
—Después yo sabre to quo debo hacer.
—Soguro estoy do quo será to ruejor.
—PondrC mi empeno en ello.
—Bien, cornienza I obscurecer: to dejo y... hasta mañana.
—Hasta mañana, hermano nib.
Al salk Ochoa do Ia casa do Lizardi, un caballero so desprendió
de uno do los zaguanes próximos y Ic dctuvo fingiendo un encuentro
casual.
—V.ya usted con Dios, senorpoeta,—ieclijo tcndiéndole la mano.
—Salud, Sr. D. Alvaro de Cervera,—contestó Ochoa.
—EQuC tat ci amigo Lizardi?
—Estudiando conio sicmpre.
—Habrá usted venido a cornunicarle aigün fantástico poema de -
duendes y aparecidos.
—Por qué do ducndes y aparecidos?
—Porque so susurra por ahi quo ha pasado usted dos dias on la
casa rnaldita, morada dc Ia antigua aniante del famoso embaticador
Garcia Alonso.
—;QuC quiere usted decirme con eso?—preguntó Ochoa irritado.
—Nada, eminente poeta, nada, como no sea quo no se fie usted
mucho on la eficacia de los exorcismos para ahuyentar A los duendes
do la casa ma!dita.
_\Taya, estd usted do brorna, mi Sr. D. Alvaro, y yo voy deprisa.
—Pties no quiero detencrie, senor novicio; vaya usted con Dios.
—Y do usted no so aparte,—respondió Ochoa prosiguiendo sU
cam in 0.
D. Alvaro marchó tambiCn en dirección opuesta, pero echando
una mirada sobre la casa do Lizardi, dijo para SI:
—I'obrcs de vosotros Si OS mezciáis on este asunto: Os apl;tstaré
como a ladrones que han sorprendido la caja donde oculto mis
tesoros: redoblarC mi vigilancia y mi persecución.
VII
Eran enteraniente ciortas las noticias quo corrIan sobre el asunto
de la libertad do imprenta. El lunes, 5 de aquel mes de Octubre,