ANO DOCE

320 Epzsdzos Hs!óricos .'v!ex:cazos
me perdona y ye con piedad, y aun sigue amando i Remedios, le 1
hare su esposo y me crearC una faniilia que sea el prenhio d mi
regeneracidn.
—Todo as posible, D. Alvaro, todo es posible con Ia misericrdia
de Dios; pero no echemos en olvido lo quo tanto nos importa:
necesitamos una franca y leal deciaración del modo v manera con
quo usted procedió al horrible crimen de baber depositaclo en la
casa de Remedios las irnágenes del crucifcado y demás objetos,
cuyo hallazgo tanto la ha comprornetido ante el tribunal de la Inquisicián.
No estarnos ya, gracias a Dios, an la época de los tre.
mendos autos pdbiicos de este tribunal; pero aun dura su pu -ler, v
si no probamos de una manera absoluta la inocencia de Remedios,
ni el rnismo virey podrá impedir quo sea sepultada an los calabozos
de Ia Inquisición.
—Resuelto estoy ai escribir esa dcclaración.
—Pero eso no basta.
—;OuC se necesita además?
—Que otro hombre lasuscriba.
—Cuál?
—El quo ayudó a usted a cometer esa... -
- Esa infamia! lo sé,—dijo D. Alvaro, al ver qua Ochoa se
detenia an calificar su accidn.
—;Qucrrá hacerlo?
—Por qué no?
—Porque esa declaracidn que de usted exige la autoridad ecle
siastica...
—Pudiera con'ertirse cii una arma contra mi, ;no as cierto?
—Lo es.
—Pero dispuesto estoy a todo, y una vez saivada ml hija, no
digo los actuales inquisidores, ci mismo Felipe II si resucitase no
serIa capaz de intimidarme.
—Sin embargo...
—Comprendo sus escrüpulos, Sr. Oclioa: es usted un honl
bre honrado, digno de no figurar an nuestro corrompido clero
actual, y...
—Sr. D. Alvaro, suplico a usted suprirna enojosas calificaciones.
Convengo an qua esta declaración por escrito as enteramente jnne
cesaria: creo, como usted, qua al obligarrne a qua se la exija, SC