El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
dicha por una serie de luchas en las que Dios ha permitido que obtuviese algunas veces la victoria.<br />
P. ¿En qué consiste vuestra dicha?<br />
R. Esto es más difícil de hacéroslo comprender. La dicha que gozo es un contento extremo<br />
de mí mismo, no de mis méritos, esto sería orgullo, y <strong>el</strong> orgullo es cualidad de los espíritus<br />
atrasados, sino un contento saturado, por decíroslo así, d<strong>el</strong> amor de Dios, en <strong>el</strong> reconocimiento de<br />
su bondad infinita. Es la alegría profunda de ver lo bueno. <strong>el</strong> bien. De decirme: tal vez he<br />
contribuido al mejoramiento de algunos de los que se han <strong>el</strong>evado hacia <strong>el</strong> Señor. Está uno como<br />
identificado con <strong>el</strong> bienestar. Es una especie de fusión d<strong>el</strong> espíritu y de la bondad divina. Se tiene <strong>el</strong><br />
don de ver los espíritus más purificados, comprenderles en sus misiones, y saber que llegaremos a<br />
eso mismo también. Se entrevé en <strong>el</strong> infinito inconmensurable las regiones tan resplandecientes d<strong>el</strong><br />
fuego divino, que uno se deslumbra contemplándolas aunque a través d<strong>el</strong> v<strong>el</strong>o que las cubre<br />
todavía. ¿Pero qué os digo? ¿Comprendéis mis palabras? ¿Este fuego de que os hablo, creéis que<br />
sea semejante al sol, por ejemplo? No, no. Es una cosa indecible para <strong>el</strong> hombre, porque las<br />
palabras no expresan más que los objetos, las cosas físicas o metafísicas de que se tiene<br />
conocimiento, por la memoria o la intuición d<strong>el</strong> alma, mientras que, no pudiendo tener la memoria<br />
de lo desconocido absoluto, no hay términos que puedan darle la percepción de <strong>el</strong>lo. Pero sabedlo:<br />
es ya una inmensa dicha <strong>el</strong> pensar que uno se pueda <strong>el</strong>evar indefinidamente.<br />
P. Habéis tenido la bondad de decirme que queréis serme útil, os ruego que me digáis en<br />
qué.<br />
R. Puedo ayudaros en vuestros desfallecimientos, sosteneros en vuestras debilidades,<br />
consolaros en vuestras penas. Si vuestra fe, quebrantada por alguna sacudida que os turbe, vacila,<br />
llamadme. Dios me dará palabras para que le recordéis y volváis a él. Si os sentís dispuesto a<br />
sucumbir bajo <strong>el</strong> peso de inclinaciones que reconozcáis vos mismo que son culpables, llamadme: os<br />
ayudaré a llevar vuestra cruz, como en otro tiempo ayudaron a Jesús a llevar la suya, la que debía<br />
proclamaros tan altamente la verdad, la caridad. Si flaqueáis bajo <strong>el</strong> peso de vuestras penas, si la<br />
desesperación se apodera de vos, llamadme. Vendré a sacaros de ese abismo, hablándoos de espíritu<br />
a espíritu, recordándoos los deberes que se os han impuesto, no por consideraciones sociales y<br />
materiales, sino por <strong>el</strong> amor que sentiréis en mí, amor que Dios ha puesto en mi ser para<br />
transmitirse a los que pueda salvar.<br />
Sin duda tenéis amigos en la Tierra. Éstos quizá participan de vuestros dolores, y puede ser<br />
también que os hayan salvado. En las penas vais a encontrarlos, a manifestarles vuestros<br />
desconsu<strong>el</strong>os y vuestras lágrimas, y a cambio de esta señal de afecto, os dan sus consejos, su apoyo,<br />
sus caricias. Pues bien, ¿ no pensáis acaso que un amigo de aquí puede también ser bueno? ¿No es<br />
un consu<strong>el</strong>o poder decirse: Cuando muera, mis amigos de la Tierra estarán a mi cabecera rogando y<br />
llorando por mí, pero mis amigos d<strong>el</strong> espacio estarán en <strong>el</strong> umbral de la vida, y vendrán sonriendo a<br />
conducirme al sitio que haya merecido por mis virtudes?<br />
P. ¿Por qué he merecido la protección que queréis dispensarme?<br />
R. He aquí por qué os tengo afecto desde <strong>el</strong> día de mi muerte. Os he visto espiritista, buen<br />
médium, y sincero adepto. Entre los que he dejado en la Tierra, vos sois a quien he visto más pronto<br />
a oírme. Desde entonces resolví contribuir a haceros ad<strong>el</strong>antar, en vuestro interés, sin duda, pero<br />
más aún en interés de todos los que estáis llamados a educar en la verdad. Y a lo veis, Dios os<br />
quiere lo bastante para haceros misionero. A vuestro alrededor, todos, poco a poco, participan de<br />
vuestras creencias. Los más reb<strong>el</strong>des, cuando menos, os escuchan, y un día les veréis creyentes. No<br />
os canséis. Marchad siempre, a pesar de las piedras que encontréis en <strong>el</strong> camino. Tomadme por<br />
báculo.<br />
P. No me atrevo a creer que merezca tan gran favor.<br />
R. Sin duda estáis lejos de la perfección. Pero vuestro ardor en propagar las sanas doctrinas,<br />
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