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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

La vida en los mundos superiores es ya una recompensa porque allí no se sufren los males y<br />

las vicisitudes con las cuales se lucha aquí en la Tierra. Los cuerpos, menos materiales,<br />

casi fluídicos, no están expuestos ni a las enfermedades ni a los accidentes, ni incluso a las<br />

necesidades.<br />

Estando excluidos de allí los malos espíritus, los hombres viven en paz, sin otro cuidado que<br />

<strong>el</strong> de su ad<strong>el</strong>anto por <strong>el</strong> trabajo de la int<strong>el</strong>igencia. Allí impera la verdadera fraternidad porque<br />

no hay egoísmo, la verdadera libertad porque no hay orgullo, la verdadera igualdad porque no hay<br />

desórdenes que reprimir ni ambiciosos que quieran oprimir al débil. Estos mundos comparados con<br />

la Tierra son verdaderos paraísos; son etapas d<strong>el</strong> camino d<strong>el</strong> progreso que conduce al estado<br />

definitivo. La Tierra es un mundo inferior destinado a la depuración de los espíritus imperfectos, y<br />

ésta es la razón por la cual domina <strong>el</strong> mal, hasta que Dios quiera hacer de este planeta una mansión<br />

de espíritus más ad<strong>el</strong>antados.<br />

Así pues, <strong>el</strong> espíritu, progresando gradualmente a medida que se desarrolla, llega al apogeo<br />

de la f<strong>el</strong>icidad. Pero antes de haber alcanzado <strong>el</strong> punto culminante de la perfección, goza de una<br />

dicha en proporción con su ad<strong>el</strong>anto, d<strong>el</strong> mismo modo que <strong>el</strong> niño disfruta de los placeres de su<br />

edad infantil, más tarde de los la de juventud, y finalmente los más sólidos de la edad madura.<br />

12. La f<strong>el</strong>icidad de los espíritus bienaventurados no consiste en la ociosidad contemplativa,<br />

que sería, como a menudo se ha dicho, una terna y fastidiosa inutilidad. La vida espiritual, en todos<br />

los grados, es, por <strong>el</strong> contrario, una actividad constante; pero una actividad exenta de fatigas.<br />

La suprema dicha consiste en <strong>el</strong> goce de todos los esplendores de la Creación, que ninguna<br />

lengua humana podría expresar y que ni la imaginación más desarrollada podría concebir. Consiste<br />

en <strong>el</strong> conocimiento y la penetración de todas las cosas, en la carencia de todas las penas físicas y<br />

morales, en una satisfacción íntima, en una serenidad de alma que nada turba, en <strong>el</strong> amor puro que<br />

une todos los seres, resultado de ningún roce ni contacto con los malos, y, sobre todo, en la visión<br />

de Dios y en la contemplación de sus misterios rev<strong>el</strong>ados a los más dignos. Consiste también en las<br />

funciones, cuyo encargo es una dicha. Los espíritus puros son los mesías mensajeros de Dios para la<br />

transmisión y la ejecución de sus voluntades. Llevan a cabo las grandes misiones, presidiendo a la<br />

formación de los mundos y a la armonía general d<strong>el</strong> Universo, cometido glorioso al cual se llega<br />

con la perfección. Los espíritus de rango más <strong>el</strong>evado son los únicos iniciados en los secretos de<br />

Dios, inspirándose en su pensamiento, puesto que son sus representantes directos.<br />

13. Las atribulaciones de los espíritus son proporcionadas a su ad<strong>el</strong>anto, las luces que<br />

poseen, sus capacidades, su experiencia y al grado de confianza que inspiran al soberano Señor.<br />

Allí no existen los privilegios ni los favores que no sean premio d<strong>el</strong> mérito: todo está medido con <strong>el</strong><br />

peso de la justicia divina. Las misiones más importantes sólo son confiadas a los que Dios reconoce<br />

como capaces de llevarlas a cabo e incapaces de faltar a <strong>el</strong>las o de comprometerlas. Mientras que a<br />

la vista de Dios, los más dignos componen <strong>el</strong> consejo supremo, la dirección de las infinitas<br />

evoluciones planetarias está confiada a jefes superiores, y a otros está conferida la de mundos<br />

especiales. Vienen después en <strong>el</strong> orden de ad<strong>el</strong>anto y de la subordinación jerárquica las<br />

atribulaciones más restringidas de aqu<strong>el</strong>los que presiden la marcha de los pueblos, la protección de<br />

las familias y de los individuos, <strong>el</strong> impulso de cada ramo de progreso, las diversas operaciones de la<br />

Naturaleza hasta los más ínfimos detalles de la Creación. En ese amplio y armonioso conjunto hay<br />

ocupaciones para todas las capacidades, aptitudes y buenas voluntades. Ocupaciones aceptadas con<br />

alegría, solicitadas con ardor, porque son un medio de ad<strong>el</strong>anto para espíritus que aspiran a<br />

<strong>el</strong>evarse.<br />

14. Así como las grandes misiones son confiadas a los espíritus superiores, las hay de todos<br />

los grados de importancia, destinadas a los espíritus de diferentes rasgos; de lo que puede deducirse<br />

que cada encarnado tiene la suya, es decir, deberes que cumplir para <strong>el</strong> bien de sus semejantes,<br />

desde <strong>el</strong> padre de familia a quien incumbe <strong>el</strong> cuidado de hacer progresar a sus hijos, hasta <strong>el</strong><br />

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