El Cielo y el Infierno
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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />
Pero, ¿cuál hubiera sido su suerte, si un accidente le hubiera hecho morir cuarenta o cincuenta años<br />
más pronto? Estaría en todas las condiciones para ser condenado, pero una vez condenado, su<br />
progreso se hallaba detenido.<br />
He ahí, pues, un hombre salvado porque ha vivido largo tiempo, y que según la doctrina de<br />
las penas eternas, se hubiera perdido para siempre si hubiera vivido menos, lo que podía resultar de<br />
un accidente fortuito. Una vez que su alma ha podido progresar en un tiempo dado, ¿por qué no<br />
habría progresado en <strong>el</strong> mismo tiempo después de la muerte, si una causa independiente de su<br />
voluntad le hubiera impedido hacerlo durante su vida? ¿Por qué Dios le habría negado los medios?<br />
<strong>El</strong> arrepentimiento, aunque tardío, no hubiera dejado de llegar a tiempo. Pero si desde <strong>el</strong> instante de<br />
su muerte hubiese sufrido una condena irremisible, su arrepentimiento hubiera sido infructuoso<br />
eternamente, y su aptitud para progresar destruida para siempre.<br />
21. <strong>El</strong> dogma de la eternidad absoluta de las penas es, pues, inconciliable con <strong>el</strong> progreso d<strong>el</strong><br />
alma, puesto que le opondría un obstáculo invencible. Estos dos principios se anulan forzosamente<br />
<strong>el</strong> uno al otro. Si <strong>el</strong> uno existe, <strong>el</strong> otro no puede existir. ¿Cuál de los dos existe? La ley d<strong>el</strong> progreso<br />
es patente. Esto no es una teoría, sino un hecho acreditado por la experiencia. Es una ley de la<br />
Naturaleza, ley divina, imprescindible. Una vez que existe, y no pudiendo conciliarse con la otra, es<br />
porque la otra no existe. Si <strong>el</strong> dogma de la eternidad de las penas fuera una verdad. San Agustín,<br />
San Pablo y muchos otros, no hubiesen jamás subido al ci<strong>el</strong>o, de haber muerto antes d<strong>el</strong> progreso<br />
que les condujo a su conversión.<br />
A este último aserto, nos arguyen que la conversión de estos santos personajes no es <strong>el</strong><br />
resultado d<strong>el</strong> progreso d<strong>el</strong> alma, sino de la gracia que les fue otorgada y con la cual fueron<br />
investidos.<br />
Pero aquí hay un juego de palabras. Si hicieron <strong>el</strong> mal y más tarde fueron buenos, es por que<br />
llegaron a ser mejores, luego progresaron. ¿Acaso Dios, por un favor especial, les concedió la<br />
gracia de corregirse? ¿Entonces, por qué se lo concedió a <strong>el</strong>los y a otros no? Siempre tenemos que<br />
la doctrina de los privilegios es incompatible con la justicia de Dios y su equitativo amor hacia<br />
todas sus criaturas.<br />
Según la doctrina espiritista, acorde con las mismas palabras d<strong>el</strong> Evang<strong>el</strong>io, con la lógica y<br />
la más rigurosa justicia, <strong>el</strong> hombre es hijo de sus obras. Durante esta vida y después de la muerte,<br />
no debe nada al favor. Dios recompensa sus esfuerzos y castiga su negligencia tanto tiempo como<br />
insiste en seguir <strong>el</strong> mal camino.<br />
La doctrina de las penas eternas no es de este tiempo<br />
22. La creencia en la eternidad de las penas materiales ha permanecido como un temor<br />
saludable, hasta que los hombres estuviesen en condición de comprender la potencia moral. Tal<br />
sucede con los niños, a quienes se contiene, durante un tiempo, con la amenaza de ciertos<br />
quiméricos, con los cuales se les espanta. Pero llega un momento en que <strong>el</strong> niño se da razón de los<br />
cuentos que ha oído en su cuna, y sería absurdo pretender gobernarles por los mismos medios. Si<br />
los que le dirigen persisten en afirmarle la verdad de tales fábulas y obligarle a creerlas al pie de la<br />
letra, perderían su confianza.<br />
Esta es la Humanidad actual: ha salido de la infancia, sacudiendo de su mente las<br />
preocupaciones que la ligaban.<br />
<strong>El</strong> hombre no es aqu<strong>el</strong> instrumento pasivo que se doblega bajo la fuerza material, ni aqu<strong>el</strong><br />
ser crédulo que a ojos cerrados todo lo acepta.<br />
23. La creencia es un acto d<strong>el</strong> entendimiento, por cuya razón no puede imponerse. Si bien<br />
durante un cierto período de la Humanidad <strong>el</strong> dogma de la eternidad de las penas ha podido ser<br />
inofensivo y aun saludable, llega un momento en que viene a ser p<strong>el</strong>igroso. En efecto, desde <strong>el</strong><br />
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