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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

ha hecho menos oposición al Espiritismo es la judía, y no ha invocado contra las r<strong>el</strong>aciones con los<br />

muertos la ley de Moisés, en la que se apoyan las sectas cristianas.<br />

8. Otra contradicción: si Moisés prohibió evocar los espíritus de los muertos, es señal que<br />

los tales espíritus pueden venir, pues de otro modo su prohibición era inútil. Si podían venir en su<br />

tiempo, lo pueden aún hoy: si son los espíritus de los muertos, no son exclusivamente los demonios.<br />

Por lo demás, Moisés no habla de ninguna manera de estos últimos.<br />

Es, pues, evidente que nadie puede lógicamente apoyarse en la ley de Moisés, en esta<br />

circunstancia, por <strong>el</strong> doble motivo de que no rige en <strong>el</strong> cristianismo, y de que no es apropiada a las<br />

costumbres de nuestra época. Pero aun suponiéndole toda la autoridad que algunos le conceden, no<br />

puede, según hemos visto, aplicarse al Espiritismo.<br />

Moisés, es verdad, comprende en su prohibición <strong>el</strong> que se interrogue a los muertos. Pero<br />

esto no es más que de un modo secundario y como accesorio a las prácticas de la hechicería. La<br />

misma palabra interrogar, puesta al lado de los adivinos y de los augures, prueba que entre los<br />

hebreos las evocaciones eran un medio de adivinación. Pero los espiritistas no evocan a los muertos<br />

para obtener rev<strong>el</strong>aciones ilícitas, sino para recibir de <strong>el</strong>los sabios consejos y procurar <strong>el</strong> alivio de<br />

los que sufren. Ciertamente si los hebreos no se hubiesen servido de las comunicaciones de<br />

ultratumba sino para ese fin, lejos de prohibirlas, Moisés las habría fomentado, porque <strong>el</strong>las<br />

hubieran hecho a su pueblo más morigerado.<br />

9. Si ha sido d<strong>el</strong> gusto de algunos críticos jocosos o mal intencionados presentar las<br />

reuniones espiritistas como asambleas de brujos y de nigrománticos, y los médiums como decidores<br />

de la buena ventura. Si algunos charlatanes mezclan este nombre con prácticas ridículas, que<br />

desaprueba <strong>el</strong> Espiritismo, bastantes gentes saben a qué atenerse sobre <strong>el</strong> carácter esencialmente<br />

moral y grave de las reuniones d<strong>el</strong> Espiritismo serio. La doctrina, escrita para todo <strong>el</strong> mundo,<br />

protesta bastante contra los abusos de todas clases, para que la calumnia recaiga sobre quien lo<br />

merece.<br />

10. La evocación, se dice, es una falta de respeto a los muertos, cuyas cenizas no deben ser<br />

removidas. ¿Quién dice esto? Los adversarios de los dos campos opuestos que se dan la mano: los<br />

incrédulos que no creen en las almas, y los que creyendo en <strong>el</strong>las pretenden que no pueden venir, y<br />

que sólo <strong>el</strong> demonio se presenta.<br />

Cuando la evocación se hace r<strong>el</strong>igiosamente y con respeto. Cuando los espíritus son<br />

llamados, no por curiosidad, sino por un sentimiento de afecto y de simpatía y con <strong>el</strong> deseo sincero<br />

de instruirse y de hacerse mejores, no se comprende qué sería más irreverente, si llamar a las gentes<br />

después de su muerte o durante su vida. Pero hay otra respuesta perentoria a esta objeción, esto es,<br />

que los espíritus vienen libremente y no obligados; que también vienen espontáneamente sin ser<br />

llamados; que manifiestan su satisfacción en comunicarse con los hombres y se quejan a menudo<br />

d<strong>el</strong> olvido en que se les deja a veces. Si fueran turbados en su quietud o estuviesen descontentos de<br />

nuestro llamamiento, lo dirían o no vendrían. Puesto que son libres, cuando vienen es porque esto<br />

les place.<br />

11. Se alega esta otra razón. Las almas, se dice, permanecen en la morada que les ha<br />

señalado la justicia de Dios, esto es, en <strong>el</strong> infierno o en <strong>el</strong> paraíso. Las que están en <strong>el</strong> infierno no<br />

pueden salir de éste, aunque a los demonios se les deje en libertad. Las que están en <strong>el</strong> paraíso se<br />

hallan ocupadas enteramente en su beatitud. Están muy por encima de los mortales para ocuparse de<br />

<strong>el</strong>los y muy dichosas para volver a esta tierra de miserias a interesarse por los parientes y amigos<br />

que han dejado en <strong>el</strong>la. ¿Son, pues, como esos ricos que apartan la vista de los pobres por temor de<br />

que su miseria no les altere la digestión? Si fuera así, serían poco dignas de la dicha suprema, que<br />

vendría a ser <strong>el</strong> premio d<strong>el</strong> egoísmo. Quedan las que están en <strong>el</strong> purgatorio. Pero éstas se hallan<br />

sufriendo y tienen que pensar en su salvación antes que todo. Así pues, si ni unas ni otras pueden<br />

venir, sólo <strong>el</strong> diablo podrá hacerlo en su lugar. Si no pueden venir, no hay, pues, temor de que se<br />

altere su reposo.<br />

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