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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

quietud y de movimiento, siempre hambrientos, siempre sedientos, mil veces más fatigados que <strong>el</strong><br />

esclavo al acabar <strong>el</strong> día, más enfermos que los moribundos, más quebrantados, más descoyuntados,<br />

más cubiertos de llagas que los mártires, y todo esto eternamente.<br />

“Ningún demonio se cansa ni se cansará jamás de su horrenda tarea. Están todos, bajo este<br />

aspecto, bien disciplinados y dóciles para ejecutar las órdenes de venganza que recibieron. Sin esto,<br />

¿qué sería d<strong>el</strong> infierno? Los condenados descansarían, si sus verdugos llegasen a quer<strong>el</strong>larse o a<br />

cansarse. Mas no hay descanso para los unos, quer<strong>el</strong>la entre los otros. Por malos y por innumerables<br />

que sean, los demonios se asisten desde una a otra parte d<strong>el</strong> abismo, y jamás se vieron en la Tierra<br />

naciones más dóciles a sus príncipes, ejércitos más obedientes a sus jefes, comunidades monásticas<br />

más humildemente sumisas a sus superiores. 9<br />

9. Aqu<strong>el</strong>los mismos demonios, reb<strong>el</strong>des a Dios para <strong>el</strong> bien, son de una docilidad ejemplar para <strong>el</strong> mal.<br />

Ninguno de <strong>el</strong>los retrocede, ni se rezaga durante la eternidad. ¡Qué extraña metamorfosis se verificó en <strong>el</strong>los,<br />

que fueron creados puros y perfectos como los áng<strong>el</strong>es!<br />

¡Cuán extraño se hace verles, por ejemplo, de perfecta conformidad, armonía y concordia inalterable,<br />

mientras que los hombres no saben vivir en paz y se desgarran en la Tierra! Viendo <strong>el</strong> lujo de castigos destinado<br />

a los condenados y comparando su situación con la de los demonios, uno se pregunta: ¿Cuáles son más dignos de<br />

compasión? ¿Los verdugos o las víctimas?<br />

“Además, apenas es conocido <strong>el</strong> populacho de los demonios, aqu<strong>el</strong>los viles espíritus que<br />

componen las legiones de vampiros, de tiburones, de sapos, de escorpiones, de cuervos, de hidras,<br />

de salamandras y otros animales sin nombre, que constituyen la fauna de las regiones infernales.<br />

Pero se conocen y se nombran muchos de los príncipes que mandan en aqu<strong>el</strong>las legiones, entre<br />

otros B<strong>el</strong>phegor, <strong>el</strong> demonio de la lujuria; Abaddan o Apoyllón, <strong>el</strong> demonio d<strong>el</strong> asesinato;<br />

B<strong>el</strong>zebuth, <strong>el</strong> demonio de los deseos impuros o <strong>el</strong> maestro de las moscas que engendran la<br />

corrupción, y Mammón, <strong>el</strong> demonio de la avaricia, Moloch, B<strong>el</strong>ial, Baalgad. Asturoth y tantos<br />

otros, y sobre <strong>el</strong>los su jefe universal, <strong>el</strong> sombrío arcáng<strong>el</strong> que en <strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o se llamaba Lucifer y que<br />

en <strong>el</strong> infierno se llama Satanás.<br />

“He aquí en compendio la idea que nos dan d<strong>el</strong> infierno, considerado desde <strong>el</strong> punto de vista<br />

de su naturaleza física y de las penas físicas que allí se sufren. Abrid los libros de los padres y de<br />

los antiguos doctores, interrogad nuestras piadosas leyendas. Mirad las esculturas y los cuadros de<br />

nuestras iglesias, prestad oído a lo que se dice en nuestros púlpitos, y aún oiréis muchas cosas más.”<br />

13. <strong>El</strong> autor añade a este cuadro las reflexiones siguientes, cuyo alcance es fácil de<br />

comprender.<br />

“La resurrección de los cuerpos es un milagro, pero Dios hace otro milagro dando a aqu<strong>el</strong>los<br />

mortales, gastados ya por las pruebas pasajeras de la vida, aniquilados ya una vez, la virtud de<br />

subsistir sin disolverse, en un horno en <strong>el</strong> cual se evaporarían los metales. Que diga que <strong>el</strong> alma es<br />

su propio verdugo, que Dios no la atormenta, pero que la abandona en <strong>el</strong> fatal estado que <strong>el</strong>la<br />

escogió, esto puede en rigor comprenderse, aunque <strong>el</strong> abandono eterno de un ser extraviado y<br />

atormentado parezca poco conforme con la bondad d<strong>el</strong> Creador. Pero lo que se dice d<strong>el</strong> alma y de<br />

las penas espirituales no puede decirse de los cuerpos y de las penas corporales. No basta que Dios<br />

retire su mano. Es necesario, al contrario, que la manifieste, que intervenga, que obre, pues sin esto<br />

<strong>el</strong> cuerpo sucumbiría.”<br />

Los teólogos, suponen, pues, que Dios, en efecto, después de la resurrección, aqu<strong>el</strong> segundo<br />

milagro d<strong>el</strong> cual hemos hablado. Retira, primero, d<strong>el</strong> sepulcro que los había devorado, nuestros<br />

cuerpos de tierra, los saca de allí tal cual fueron sepultados, con sus enfermedades originales y las<br />

degradaciones sucesivas de la edad, de la enfermedad y d<strong>el</strong> vicio. Nos los restituye en aqu<strong>el</strong> estado<br />

decrépito, tiritando, gotosos, llenos de necesidades, sensibles a una picadura de abeja, marchitos<br />

para las señales de vida y de muerte, y éste es <strong>el</strong> primer milagro.<br />

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