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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

misma virtud, aunque sea ésta <strong>el</strong> mayor don de los dioses, eran castigados como los más grandes<br />

criminales.<br />

“Los hijos que habían degollado a sus padres, las esposas que habían manchado sus manos<br />

en la sangre de sus esposos, los traidores que habían vendido su patria violando todos los<br />

juramentos, sufrían penas menos cru<strong>el</strong>es que semejantes hipócritas.<br />

“Los tres jueces d<strong>el</strong> infierno así lo quisieron, y he aquí en lo que se fundaron: esos hipócritas<br />

no se contentan con ser malos como los impíos, sino que quieren pasar por buenos, y lograr con su<br />

falsa virtud que los hombres no se atrevan a confiar en la verdadera. Los dioses. De quienes se<br />

mofaron y a quienes hicieron despreciables ante los hombres, se complacen en desplegar todo su<br />

poderío para vengarse de sus insultos.<br />

“Cerca de éstos aparecían otros hombres a quienes <strong>el</strong> vulgo apenas cree culpables, pero que<br />

la venganza divina persigue sin piedad: éstos son los ingratos. Los embusteros, los aduladores que<br />

alabaron <strong>el</strong> vicio, los satíricos maliciosos que trataron de mancillar la virtud más pura, en fin, los<br />

que juzgaron las cosas a la ligera sin conocerlas a fondo, perjudicando con esto la reputación de los<br />

inocentes.<br />

“T<strong>el</strong>émaco, viendo a los tres jueces que estaban sentados y que sentenciaban a un hombre,<br />

se atrevió a preguntarles cuáles eran sus crímenes. Entonces <strong>el</strong> sentenciado tomó la palabra y<br />

exclamó:<br />

“-Jamás hice daño alguno. Me complací en hacer <strong>el</strong> bien. Fui generoso, liberal, justo,<br />

compasivo. ¿Qué pueden, pues, echarme en cara?<br />

“Entonces Mimos le dijo:<br />

“-No se te reprocha nada respecto a los hombres. Pero, ¿acaso no debías más a los dioses<br />

que a los hombres? ¿Dónde está, pues, esa justicia de que tanto te jactas? Tú no faltaste a ninguno<br />

de tus deberes hacia los hombres, que nada son. Has sido virtuoso, pero has referido toda tu virtud a<br />

ti mismo y no a los dioses que te la dieron, porque querías gozar d<strong>el</strong> fruto de tu propia virtud y<br />

encerrarte dentro de ti mismo, tú has sido tu dios. Pero los dioses, que todo lo hicieron y que nada<br />

hicieron sino para sí mismo, no pueden renunciar a sus derechos. Tú los olvidaste, <strong>el</strong>los te<br />

olvidarán, te entregarán a ti mismo, puesto que quisiste ser tuyo, no de <strong>el</strong>los. Busca, ahora si<br />

puedes, tu consu<strong>el</strong>o en tu propio corazón. Estás, pues, separado para siempre de los hombres a<br />

quienes quisiste agradar. Estás solo contigo mismo porque eres tu ídolo. Aprende que no hay<br />

verdadera virtud sin <strong>el</strong> respeto y <strong>el</strong> amor de los dioses, a quienes todo es debido. Tu falsa virtud,<br />

que mucho tiempo alucinó a los hombres fáciles de engañar, va a ser descubierta. Los hombres, que<br />

sólo aprecian los vicios y las virtudes por lo que les choca o les conviene, son ciegos respecto d<strong>el</strong><br />

bien como d<strong>el</strong> mal. Aquí, una luz divina derrumba todos sus juicios superficiales, y condena a<br />

menudo lo que <strong>el</strong>los admiran y justifica lo que condenan.<br />

“A estas palabras, aqu<strong>el</strong> filósofo, como herido por un rayo, no podía soportarse a sí mismo.<br />

La complacencia con que miraba otras veces su moderación, su valor y sus inclinaciones generosas<br />

se troncó en desesperación. La vista de su corazón enemigo de los dioses, se trueca en suplicio para<br />

él. Se mira y no puede dejar de mirarse. Ve la vanidad de los juicios humanos, a los cuales quiso<br />

complacer en todas sus acciones. Se hace una revolución universal en cuanto está dentro de él<br />

mismo, como si trastornase todas las entrañas. No se encuentra ya él mismo, carece de todo apoyo<br />

en su corazón. Su conciencia, cuyo testimonio le fue tan grato, se subleva contra él y le echa en cara<br />

amargamente <strong>el</strong> extravío y la ilusión de todas sus virtudes, que no tuvieron por principio y fin <strong>el</strong><br />

culto de la divinidad. Está turbado, consternado, lleno de vergüenza, de remordimientos y de<br />

desesperación.<br />

“Las furias no le atormentan, porque les basta haberles entregado a sí mismo y porque su<br />

propio corazón deja bastante vengados a los dioses despreciados. Busca los sitios más sombríos<br />

para ocultarse a sí mismo. Busca las tinieblas sin poder hallarlas. Una luz importuna les sigue por<br />

todas partes, y todos los rayos refulgentes de la verdad vienen a vengar la verdad que él no quiso<br />

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