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El Cielo y el Infierno

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<strong>El</strong> <strong>Ci<strong>el</strong>o</strong> y <strong>el</strong> <strong>Infierno</strong> o la Justicia Divina según <strong>el</strong> Espiritismo - Allan Kardec<br />

que les falta algo, que no a los que tienen una fe robusta en lo que es absurdo.<br />

7. Por la localización d<strong>el</strong> ci<strong>el</strong>o y d<strong>el</strong> infierno, las sectas cristianas han venido a admitir para<br />

las almas sólo dos situaciones extremas: la perfecta dicha y <strong>el</strong> padecimiento absoluto. <strong>El</strong> purgatorio<br />

sólo es una posición intermedia momentánea, al salir de la cual pasan sin transición a la mansión de<br />

los bienaventurados. No podría ser de otro modo, según la creencia en la suerte definitiva de las<br />

almas después de la muerte. Si sólo hay dos mansiones, la de los <strong>el</strong>egidos y la de los réprobos, no se<br />

pueden admitir varios grados en una sin admitir la posibilidad de alcanzarlos, y por consiguiente, <strong>el</strong><br />

progreso. Pues si hay progreso, no hay suerte definitiva y, si hay suerte definitiva, no hay progreso.<br />

Jesús resu<strong>el</strong>ve <strong>el</strong> problema cuando dice: “En la mansión de mi Padre hay muchas moradas.” 5<br />

5. <strong>El</strong> Evang<strong>el</strong>io según <strong>el</strong> Espiritismo, Cáp. III.<br />

<strong>El</strong> limbo<br />

8. Verdad es que la iglesia admite una posición especial en ciertos casos particulares. No<br />

habiendo hecho mal los niños que mueren en edad temprana, no pueden ser condenados al fuego<br />

eterno; por otra parte, no habiendo hecho ningún bien, ningún derecho tienen a la f<strong>el</strong>icidad<br />

suprema. Están entonces, dice la iglesia, en <strong>el</strong> limbo, situación mixta que nunca ha sido definida, en<br />

la que aunque no padezcan, no disfrutan tampoco de la dicha perfecta. Pero, puesto que su suerte<br />

está fijada irrevocablemente, están privados de esta por toda la eternidad. Esta privación, cuando no<br />

dependió de <strong>el</strong>los que fuese de otro modo, equivale a un suplicio eterno inmerecido. Ocurre lo<br />

mismo con los salvajes, que no habiendo recibido la gracia d<strong>el</strong> bautismo ni las luces de la r<strong>el</strong>igión,<br />

pecan por ignorancia, abandonándose a sus instintos naturales, por lo cual no pueden tener ni la<br />

culpabilidad ni los méritos de los que han podido obrar con conocimiento de causa. La lógica más<br />

sencilla rechaza tal doctrina en nombre de la justicia de Dios. La justicia de Dios está enteramente<br />

contenida en estas palabras de Cristo: “A cada uno según sus obras.” Pero hay que aplicarla a las<br />

obras buenas o malas que se realizan libre y voluntariamente, únicas de las que somos responsables,<br />

en cuyo caso no están ni <strong>el</strong> niño, ni <strong>el</strong> salvaje, ni aqu<strong>el</strong> de quien no dependió ser ilustrado.<br />

Cuadro d<strong>el</strong> infierno pagano<br />

9. Sólo conocemos <strong>el</strong> infierno pagano por las narraciones de los poetas. Homero y Virgilio<br />

dieron de él la descripción más completa, pero hay que separar de ésta aqu<strong>el</strong>la parte inherente a la<br />

forma poética. La descripción de Fen<strong>el</strong>ón en su T<strong>el</strong>émaco, aunque procedente d<strong>el</strong> mismo origen en<br />

cuanto a las creencias fundamentales, tiene la sencillez más precisa de la prosa. Aun cuando<br />

describa <strong>el</strong> aspecto lúgubre de los lugares, se esmera sobre todo en hacer sobresalir los géneros de<br />

padecimientos que sufren los culpables, y si se extiende mucho sobre la suerte de los malos reyes,<br />

esto se debe a la instrucción que quiere dar a su real discípulo. Por más que sea popular su obra,<br />

muchas personas no tienen, sin duda, esta descripción bastante presente o no han pensado quizá<br />

bastante en <strong>el</strong>la para establecer una comparación. Y esta es la razón por la que creemos útil<br />

reproducir sus pasajes que tengan una r<strong>el</strong>ación más directa con <strong>el</strong> asunto que nos ocupa, es decir,<br />

que más especialmente conciernan a la penalidad individual.<br />

10. “Al entrar T<strong>el</strong>émaco oye los gemidos de una sombra inconsolable.<br />

“-¿Qué desgracia es la vuestra -le dijo-, y quién fuisteis en la Tierra?<br />

“-Fui Nabofarzán, rey de la soberbia Babilonia. Todos los pueblos de Oriente temblaron<br />

sólo al oír mi nombre. Me hacía adorar por los babilonios en un templo de mármol en <strong>el</strong> que me<br />

hallaba representado por una estatua de oro, ante la cual ardían día y noche los preciosos perfumes<br />

de la Etiopía. Jamás persona alguna se atrevió a contradecirme, sin que inmediatamente fuera<br />

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